jueves, 8 de noviembre de 2018
Burro-taxis ...por Antonio Soler
«Los burros son parte de nuestra familia», ha sentenciado un arriero de Mijas, sobre el que recaía la sospecha de no haber atendido con el debido cuidado a un burro de su propiedad dedicado al paseo de turistas. Un burro-taxi. Considera el arriero que el bienestar de sus burros es el suyo propio. Un porcentaje considerable de norteamericanos comparten opinión con el arriero de Mijas. Los burros son parte de sus familias. Y por eso les votan. No a los que ostentan su símbolo, sino a los burros de verdad. Donald Trump ha salido con mataduras de las elecciones parlamentarias, pero conserva un respaldo millonario por parte de los protectores de la fauna de las cuatro patas y del sentimiento atávico sobre el que se asienta el populismo.
Los jueces del Supremo no han tenido muy claro de qué modo benefician a la familia española. Uno no cree que los jueces de ese alto tribunal sean reos de la banca ni que estén a sueldo de los señoritos de la usura. Más bien han tenido que elegir de qué modo perjudican menos. Si haciendo que los afectados por las hipotecas paguen sus gastos o que la bolsa se meta en un agujero, cunda el pánico y finalmente sean los ciudadanos con fondos o fondillos de inversión, o con deudas presentes y futuras con los bancos quienes acaben pagando la cuenta. Al final es la vieja receta de siempre. Darle un capón al niño por su propio bien. El apacible José Antonio Marina lo ha dicho hace dos días. «El cachete es necesario y no traumatiza a ningún niño».
Pues eso. Para evitar males mayores o conductas desviadas, se le ha dado un cachete al niño de la casa, a la población en general. De ese modo los señoritos no arrastrarán con ellos a medio país en su pataleta económica o en su melancolía financiera. El Supremo lo que ha hecho es reconocer que los señoritos tienen mucho mando y que la Justicia anda tuerta pero no ciega. Y también coja. Desde Estrasburgo se lo han recordado. Por vía Otegi más que un cachete le han dado un directo a la mandíbula. Las togas europeas no tienen la misma medida que las españolas, o eso nos vienen diciendo continuamente. Y cuando la abogacía del Estado intenta componer un patrón de talla única una montaña de repentinos expertos en Derecho se pronuncia desde la barra del bar o el teclado del twitter sobre rebeliones y sediciones como si en su vida no hubieran hecho otra cosa que leer los libros del dominico Francisco de Vitoria o el 'De jure belli ac pacis' del calvinista Hugo Grocio. Un cachete no traumatiza, pero una paliza en un callejón es otra cosa. Y aquí, de la mano de los banqueros, los expolicías radiofónicos y los políticos del birlibirloque los ciudadanos vamos de callejón en callejón, recibiendo el trato de la parentela equina a la que se refería el arriero de Mijas. Así es como nos tratan, como a los burro-taxis de los señoritos.
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