lunes, 3 de diciembre de 2018
“Adiós Susanita, adiós” por Juan Carlos Escudier
Estaba anoche muy triste la sultana. De haber derramado un par de lágrimas y haberse animado Verónica Pérez -camarera principal y durante algún tiempo ‘verúnica’ autoridad del PSOE- a decirle que llorara por lo que no había sido capaz de defender con su ideología de mesa camilla y su socialismo rociero, se nos hubiera antojado como la reencarnación de Boabdil al despedirse de Granada. El atril de la rueda de prensa desde el que culpó a todo menos a sí misma y llamó a levantar un dique de contención contra la ultraderecha fue su Suspiro del Moro, su particular collado de la pena camino de la Alpujarra.
Susana Díaz es la principal responsable de la debacle que este domingo vivió el PSOE en Andalucía y que, aparentemente, pone punto y final a casi 40 años de hegemonía. La presidenta siempre fue un fraude, la parodia de una socialdemocracia de juguete que creyó que nada ni nadie podría desahuciarla del cortijo porque daba igual que el paro fuera galopante, que el riesgo de pobreza fuera catastrófico, que la región tuviera el menor gasto sanitario por habitante o que la educación jamás saliera del suspenso. La culpa siempre era de otros, del subdesarrollo secular, de una oligarquía imaginaria que, si existía, era en las propias entrañas del régimen, del proteccionismo arancelario del siglo XIX o de Madrid, que no sólo los catalanes iban a quejarse del rompeolas de las Españas.
El desastre, sin embargo, tiene la silueta de esta mujer a la que alguien debió de convencerla alguna vez de que podría saltar más allá de su sombra, de que estaba llamada no sólo a ser la reina del sur sino la emperatriz de los cuatro puntos cardinales. De ahí que intentará primero hundir al partido para ofrecerse luego como salvavidas y que, fracasada la operación Despeñaperros, esté a punto de conseguir lo mismo con su propio naufragio.
A la madre de Andalucía hay que atribuirle el mérito de conseguir que 500.000 de sus hijos se hayan dado a la fuga, que un número indeterminado se haya quedado en casa este domingo y que otros 400.000 se hayan vuelto muy fachas y se hayan apuntado a esa delirante Reconquista de Vox, mientras enarbolan las banderas de la islamofobia como reacción a la incompetencia de la sultana y le cantan el “adiós Susanita, adiós”, que no es una despedida sino un epitafio.
Díaz debería haber presentado ya la dimisión en vez de lamentarse por el retroceso de la izquierda como si a ella, que llegó a los comicios del brazo de Ciudadanos, le importara realmente. No lo hará porque para ello se precisa algo de dignidad y saber hacer otra cosa más allá de decir que es muy roja y muy decente. Así que es seguro que la veremos protagonizando su propia reconquista, encastillada en una corte de aduladores que tienden a dejar de serlo cuando se acaban los canapés de la fiesta.
No cesarán las excusas. ¿Cómo iba ella a prevenir y detener la ola de la extrema derecha en su desabrigada y solitaria playa del Palacio de San Telmo? ¿Por qué la dejó sola Pedro Sánchez pese a que fue ella misma quien exigió que se mantuviera al margen para no compartir las mieles del triunfo? ¿Quién podía imaginar que su estrategia de insuflar alas a Vox para dividir a la derecha desencadenaría este terrible efecto mariposa? ¿Dónde está ahora Felipe y los otros dinosaurios de su casa de muñecas? ¿Cómo se le puede hacer esto a una madre sin tener remordimientos?
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