Quizá a esta izquierda le convendría curtirse en el pacto desde el embrión en lugar de ir luego achicando agua
Cuando los del 15-M acamparon en las plazas, hablé con algunos portavoces a los que se les había encomendado la tarea de atender a los medios y me sorprendió comprobar que la iniciativa, lejos de ser amplia, abierta y heterodoxa, suficientemente flexible para acoger a personas de tendencias ideológicas distintas, respondía a unos criterios, digamos, de base, extremadamente rigurosos y excluyentes. Digo que me sorprendió porque para entonces el arco de los indignados incluía a especímenes de lo más variopinto, pero coincidentes en la necesidad de depurar los procesos de elección, designación y proyección en una clase política que apestaba demasiado a corrupción. Muchos entendimos que en el 15-M había una oportunidad para poner en marcha un proyecto político común, supradogmático, porque de hecho así lo promocionaron sus impulsores; pero resultó que no, que había un marco más bien estrecho en cuanto a cuestiones sociales, económicas y culturales con el que había que comulgar para sentirse parte. Recuerdo que aquellos portavoces se negaban a responder o tiraban balones fuera cuando se les preguntaba por cuestiones más o menos incómodas bajo la excusa de que lo suyo no era un partido político; y cuando finalmente lo fue, la actitud siguió siendo la misma: balones fuera y exclusión al canto.Cuando hablo de exclusión no hablo tanto del reparto de carnets como de la uniformidad en los discursos. Tuve una impresión parecida cuando, en mi bisoñez universitaria, frecuenté a algunos colectivos okupas y de esa izquierda bien consciente de sí misma y comprobé que la mínima objeción a cualquier afirmación expresada a las bravas te conducía de inmediato al bando contrario (eso de llamarfacha no al que piensa distinto, sino al que se atreve a señalar una manchita, no es un invento precisamente nuevo). Respecto a aquellos grupos y al 15-M siempre me pregunté por qué, a pesar de esa intransigencia, las organizaciones se extendían en unas ramificaciones burocráticas asfixiantes e innecesarias. ¿Qué querían controlar si no había pero que valiera? Pienso en esto ahora, tras el último y peliagudo cisma en Podemos, que nació, como correspondía, con la misma convicción de pureza ideológica del 15-M. Y pienso si a esta izquierda no le convendría dar cabida de entrada a todos los matices y objeciones para empezar a construir desde ahí, curtirse en el pacto y el acuerdo desde el embrión, en lugar de tener que ir luego achicando agua.
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