Foto: J. Albiñana |
Fotos: tiojimeno |
La respuesta del público fue masiva, como acostumbra en este ciclo, con espacios que tuvieron que colgar el cartel de aforo completo y verdaderas apreturas entre los stands de librerías y editoriales; sin embargo, al mismo tiempo, el festival se desarrolló en los cauces más deseables y tanto quien acudió a ver a sus autores predilectos, como a dar saltos con el pop pegadizo de Cariño o a llevarse una buena cosecha de libros a casa, pudo hacerlo sin problemas por más que hubiera que armarse de paciencia, con todos los espacios bien delimitados y sin filtraciones incómodas. De modo que la quinta edición de la Noche de los Libros puede considerarse, en muchos sentidos, la que prodigó la consolidación del modelo. Y la que ofreció, de paso, una imagen amable, cosmopolita y abierta de la identidad cultural de Málaga.
Mircea Cartarescu demostró que se encontraba a sus anchas y brindó un encuentro memorable, en el que defendió su particular ideal poético (“He conocido a verdaderos poetas que jamás escribieron un verso: lo que determina la calidad de un poeta es su capacidad de mirar al mundo con ojos de niño”), expuso su particular panteón de clásicos (con una hermosa conexión entre Virgilio y Kafka: los dos ordenaron que tras su muerte se destruyera toda su obra, lo que según Cartarescu justifica que se hable de ellos como escritores: “No me considero escritor ni me gusta que me llamen así. Decir que uno es escritor es como decir que es santo, profeta o filósofo”), dio cuenta de sus procedimientos a la hora de escribir e incluso compartió algunos datos biográficos curiosos, como el relacionado con el lápiz de su tío carpintero. Por el mismo escenario desfilaron después Emil Ferris (“Por más que intente crear ficción al final siempre acabo encontrándome a mí misma en mis personajes”, afirmó la autora de Lo que más me gusta son los monstruos entrevistada por Sabina Urraca), el ex cantante de Suede, Brett Anderson, con sus memorias (“No soy muy fan de las típicas autobiografías del rock, así que no quería caer en lo convencional. Mi libro habla sobre mí y sobre mi padre, una relación bonita y a la vez complicada”, señaló a Lucía Lijtmaer) y la autora cubana Wendy Guerra, que compartió mesa ya casi de madrugada con Karina Sainz y Alfredo Taján.
Cabía, además, disfrutar en el escenario de narrativa, al aire libre pero con suficiente recogimiento, con Manuel Vicent (en un concurrido diálogo con Juan Cruz), Fernando Sánchez Dragó y Ayanta Barilli, y con Luis Antonio de Villena, Rosa Berbel, Rafael Muñoz Zayas y Carlos Salem en el de poesía. Hubo diálogos interesantes, y mucho, en el espacio reservado al ensayo, como los que compartieron Javier Padilla con Isabel Bellido y Andrés Trapiello con Juan Bonilla (soberbias ambas citas: por sí solas bastaban para justificar un aquelarre como el de La Noche de los Libros). Hubo más pop de altura con Hidrogenesse, microteatro con el fantasma de Jane Bowles y aventuras infantiles con Julio Verne. Y, entre aprieto y aprieto, el reconocimiento de una ciudad deseable en toda una fiesta de la lectura. O la vida, al cabo.
Pablo Bujalance
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