viernes, 15 de noviembre de 2019

Olvidado Rey Gurú ... por Juan José Tellez


Los votantes de Vox es gente normal y corriente como la de la Alemania de la República de Weimar, a la que terminó tumbando aquel olvidado Rey Gurú llamado Goebbels
En el mercado de invierno de los gurús, seguro que Pedro Sánchez cambia a Iván Tezanos por Esperanza Gracia o cualquiera otra adivina que se dedique a echar las cartas. Justo es reconocer, no obstante, que, en tiempos de arenas movedizas, acertar los resultados de unas elecciones es más complicado –aunque no más peligroso—que pronosticar si el poniente va a rolar a levante en una patera y en mitad del Estrecho. Los zares de Rusia tenían a Rasputín y no les sirvió de mucho, ni siquiera al mago, que terminó asesinado, no se sabe si por su ambición o por sus sucesivos errores a la hora de acertar la primitiva. Los cesares se hacían acompañar de un esclavo que no hacía más que repetirles: “Recuerda que eres mortal”. Ahora, les dicen a los presidentes de gobierno: “Recuerda que eres esclavo del trending topic”.

¿Dónde habrían ido Donald Trump, Jair Messias Bolsonaro o Boris Johnson, sin sus asesores electorales, auténticos exploradores navajos en el territorio comanche de las urnas? Debe de haberlos fichado Vox, en una oferta 2x1 del Black Friday, porque ha pegado el pelotazo electoral con sus mismas tácticas: apariencia cordial, como de cagapoquito, hechuras de Madelman y discurso soez pero de colegio de pago, como soltándole a sus rivales, ustedes son gilipollas, dicho sea con el debido respeto.





Antes que las fake news estuvieron los macutazos, como el célebre de William Randolph Hearst que le echó la culpa a España del estallido del Maine y nos zampamos una guerra con Estados Unidos, por Cuba, Puerto Rico y Filipinas, el primer mundial de fútbol que perdimos. En la España de antes de las redes sociales, lo que primaba era el micrófono del parte de Radio Nacional, el No-Do y Queipo de Llano vaticinando desde Radio Sevilla que en lugar de expulsar a los moros los habían traído para cepillarse a las rojas y degollar a sus maridos. Menos mal que, por el momento, sólo debemos temer que Ortega Smith repita un brindis como el de la última noche electoral, con su casquería chusquera de cantina castrense.

La gente que de esto sabe insiste en que nos equivocamos a llamarles fascistas a los de Vox. Es cierto, carecen del discurso social de Benito Mussolini porque en la Universidad debieron matricularse tan sólo en primero de liberalismo y en segundo de proteccionismo. Ahora ya no hay nada puro. Si hasta la droga se sirve en rebujito, el populismo es un max-mix, un cóctel molotov donde la pobreza, el incumplimiento del contrato social, la desconfianza en el sistema, los errores de los partidos convencionales y la inexistencia de una sociedad civil organizada contra las tropelías del poder, se junta con los prejuicios y con la estupidez, aunque esta última pueda llegar a ser ilustrada.

Ni el Duce ni el Führer, ni Franco ni Salazar, fueron tampoco ejemplos de la máxima coherencia: aquel exitoso invento franquista de unificar a los falangistas revolucionarios con los requetés conservadores fue tan pintoresco como la foto de la Plaza de Colón y tuvo los mismos resultados, el de aniquilar políticamente a los que más tenían que perder, pongamos por nombre Narciso Perales o Dionisio Ridruejo. En este caso, medio la palmó Ciudadanos, aunque el ahora dimitido Rivera sólo comparta el apellido con el fundador del falangismo patrio. En plena transición, cuando el sabio Fernando Savater no apoyaba todavía al partido naranja creó a un personaje, en su entretenida novela “Caronte aguarda”, que le afeaba a un progre que el socialismo era aburrido porque era la aplicación práctica del sentido común y sólo el fascismo era revolucionario porque partía de la insensatez.

¿Dónde está la revolución de Vox? Acabar con el estado de las autonomías sería tan inconstitucional, hoy por hoy, como el soberanismo catalán, ya que también supondría romper la difícil unidad de la España democrática. Tampoco son de extrema derecha, claman Santiago Abascal y Francisco Serrano, sino de extrema necesidad. ¿Para quién? ¿Para provincias como las de Huelva y Almería donde hacen falta muchos inmigrantes por la mañana para recoger la cosecha pero sobran por la tarde cuando frecuentan los espacios públicos?

En los bares, se habla de que los inmigrantes nos quitan el trabajo cuando no hay españoles que trabajen por los salarios que se despachan en el campo, una de nuestras mayores fábricas de empleo. En esas ágoras nuestras de cada día se presume, con motivo, que los que se llevaron la trincalina de los ERE o, en un caso mucho más escandaloso, el de la Gürtel, nunca van a devolver la pasta gansa. Pero yo no he oído todavía decir a ningún taxista o al enterado del chalequito esponjado del pub de moda, lo caro que nos ha costado a todos salvar de la quiebra a los bancos, sin que hayan devuelto un puñetero bitcoin al erario público. España nos roba, los pobres de fuera nos roban, Cataluña nos roba. Todos nos roban menos quienes nos roban. ¿Cómo se esconde mejor a un elefante? En una manada de elefantes. Han bicheado las tertulias deportivas y las del corazón, que son las que tienen mayor impacto en el EGM. Y han calcado su estética, su brochazo imposible de alterar con las pinceladas de la duda, propias de lo que ellos llaman la dictadura progre.

El silencio de los partidos convencionales, cuando no su amiguismo descarado con el gamberro de la clase, les han aupado electoralmente. Y mientras la izquierda plantea la ampliación de derechos, ellos se llevan el gato al agua prometiendo sus recortes. Ergo, hay un sector de España tan cabreado que cree que la libertad, la igualdad y la fraternidad es el eslogan de un anuncio de perfumes. Sus gurús quizá aprendieron de otros maestros ilustres: cuando ahora escucho decir a algunas mujeres que les votan porque por encima de sus derechos está el bien de España o cuando algún joven acepta que son homófobos pero que todos los partidos tienen algo malo, recuerdo otros momentos histórica y democráticamente interesantes. Hubo un segmento de judíos alemanes que votaron al Partido Nazi durante las elecciones federales del 31 de julio de 1932. La Asociación de Judíos Nacionales Alemanes, creada en 1921 por Max Naumann, opuesto a los sionistas, refrendaron al nacional-socialismo porque le restó importancia a su discurso antisemita y que era simplemente un recurso, una fake news a fin de cuenta, para atraer el voto de las masas descontentas con la crisis económica, la situación creada tras la derrota en la I Guerra Mundial y un célebre escándalo de corrupción entre el ex canciller Gustav Bauer y los hermanos Barmat, unos comerciantes judíos. Lo cierto es que el nazismo, una vez en el poder, declaró ilegal a dicha Asociación en 1935 y el propio Naumann terminó muriendo en un campo de concentración.

Los votantes de Vox es gente normal y corriente como la de la Alemania de la República de Weimar, a la que terminó tumbando aquel olvidado Rey Gurú llamado Goebbels. Los de Vox no son nazis ni llevan su uniforme, pero han aprendido mucho de tan formidable y siniestro comunicador de masas; con las debidas disculpas a Ana María Matute por parodiar el título de su extraordinaria novela con toda esta horda de guacamayos y lechuguinos de ahora. A fin de cuentas, su rey Gudú era el rey del olvido, como estos otros de hoy. Ojalá terminen siendo olvidados como temía el protagonista de aquella obra, pero una frase suya me sigue estremeciendo: “No puedo soportar la sensación de ignorancia”.

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