jueves, 20 de febrero de 2020

«Dejemos a un lado tanta hipocresía; no somos los buenos de la película»

Chantal Maillard publica 'Medea', donde bucea en la compasión y la culpa: «Todos somos en parte verdugos y en parte víctimas»

Chantal Maillard ha tirado de los hilos que cosían 'La compasión difícil', su anterior libro, para ponerse en la piel de Medea, mito que da nombre a su nuevo poemario, que acaba de publicar Tusquets. Aquel personaje, capaz de dinamitar el prototipo de mujer ideal, mató a sus dos hijos como venganza por la traición asestada por Jasón, su marido. La autora malagueña rescata a una Medea ya anciana, «de espaldas al mar y a todo lo que una vez fue su destino», para cuestionar el clásico reparto de roles entre víctimas y verdugos: «Desde el territorio iluminado en el que os acomodáis / ¿cómo comprenderéis al que habita las tinieblas?». Maillard, Premio Nacional de Poesía por 'Matar a Platón', una de las voces más radicales y deslumbrantes de la poesía europea, presenta este miércoles a las 19.30 horas esta reflexión sobre la empatía y la culpa, cuya escritura califica de «curativa», en el Centro Andaluz de las Letras junto a la también profesora y poeta Aurora Luque.

–En su anterior libro hablaba de «la compasión difícil». Ya entonces asomaba el mito de Medea, en cuya piel se pone ahora. ¿Necesitamos compadecernos también de los verdugos?


–Todos somos en parte verdugos y en parte víctimas. Esto es lo que me parece que deberíamos comprender. Si la compasión es cosa difícil es sobre todo por eso. Todos matamos para sobrevivir. Todos dañamos y lastimamos a otros. Todos tenemos hambre. Y, tarde o temprano, todos padecemos.

–Imagino que habla de cómo devoramos los recursos naturales, también a otros animales.
–Hablo de esto, por supuesto, pero hablo también del daño innecesario. La existencia se sostiene sobre el hambre y esto hace que la violencia sea inevitable. Pero la nuestra es una violencia añadida, gratuita. Dañamos por codicia, por poder, e incluso por placer. Violentamos, lastimamos, expoliamos, exterminamos por ello.

–¿Por qué el deseo por acumular parece ilimitado, incluso cuando el hambre está satisfecha?
–La acumulación es producto de la insatisfacción. En nuestras sociedades no se nos enseña simplemente a sobrevivir con lo necesario, sino a querer más, a ser más, a tener más. No les enseñamos a nuestros hijos a saber prescindir, sino a acaparar; de este modo alimentamos su insatisfacción. Y como ya no tienen que enfrentarse al peligro para procurarse el alimento, el hambre se convierte en ansia, y la caza en guerra.

–«¿Cómo comprenderéis al que comete el crimen / si no os sentís capaz de cometerlo?», escribe en 'Medea'. ¿Es hora de bucear en lo más oscuro de cada uno?
–Es hora de dejar a un lado tanta hipocresía. No somos los buenos de la película. Todos los sentimientos y los actos que de ellos derivan son respuestas a otros anteriores. La ética no es situarse en el corral de los justos. Los cercos son defensivos, siempre. Fuera echamos a todo aquello que no se nos parece porque lo diferente nos inquieta.

–«¿Qué vas a colgar de esa cuerda?». «Lo que amo». ¿Por qué eligió ese diálogo para abrir el libro?
–Es una cita de la Medea de Lars von Trier. Es lo que le pregunta a Medea el más joven de sus hijos cuando la ve anudar la cuerda con la que habrá de colgarle muerto en un árbol. Es una escena clave en 'La compasión difícil'. En esta Medea ya no hablo de ella, pero el libro abre esta cita como constancia de la continuidad de ambos libros, y como recordatorio del sufrimiento que fue, para Medea, llevar a cabo su acción.

–Medea tuvo que enfrentarse a la culpa, que es un sentimiento frecuente entre las madres. ¿Cómo se digiere?
–Bueno... Depende de las consecuencias que hayan tenido nuestros actos...

–En Medea esa consecuencia es la muerte de los hijos. ¿Ha aprendido algo de ella?
–La Medea de la que hablo está de vuelta de su propia historia. Su barca está encallada en la arena, en una orilla del Mar de Alborán. Es una anciana de siglos. Su historia termina aquí. En realidad, este libro es la versión poética de 'Las conversaciones con Medea' que tienen lugar en la tercera parte de 'La compasión difícil'. En aquel libro una mujer anciana le pide enseñanza a Medea. Aquí, las dos voces, la de quien pide ayuda y la de quien la termina dando, aunque a regañadientes, se unen en una sola. Y sí, para mí ha sido bastante curativo. Podemos aprender mucho de la voz anciana que llevamos en nuestro interior si sabemos escucharla. ¿Aprender qué?... Mejor se leen el libro.

–¿Hemos educado una sensibilidad tramposa, fácil, más cercana al sentimentalismo?
–El sentimentalismo es una degradación de la capacidad de empatía. El romanticismo en su última etapa degeneró en sentimentalismo; es una variante kitsch de la emoción trágica que se quiso dulce. La compasión es cualquier cosa menos sentimentalismo; es ser capaz de padecer con otro. Sin hacer distinciones: al fin y al cabo todos actuamos a ciegas.

–Sus últimos libros se han dedicado también a cuestionar la espectacularización de las emociones. ¿Por qué lloramos ante una película y no cuando abrimos un periódico? Como si doliera más la ficción.
–Porque la ficción, incluso cuando es dolorosa, es placentera. La realidad no lo es. Vamos al cine a llorar no porque nos guste llorar, sino porque lo hacemos con placer. Y esto ocurre porque ante un espectáculo nos distanciamos de nuestra vida cotidiana, de ese yo del día a día que siempre nos ocupa. Cuanto más capaces somos de desprendernos de nosotros mismos, mayor es nuestra capacidad de empatía.

–Medea continúa llenando teatros. ¿No es también la representación del mito una forma de espectacularización?
–Por supuesto. ¿De qué otro modo podríamos mostrar y comprender el tormento del verdugo?

–¿Cuál es ese tormento? ¿Por qué nos sentimos, o fingimos sentirnos, tan cerca de la víctima pero tan lejos del verdugo? Usted plantea que estamos a la misma distancia de ambos.
–Es fácil compadecer a la víctima. Nos hace sentir bien. Nos sitúa del lado de los buenos. Y la buena conciencia es excluyente. La moral no tiene medianías: positivo y negativo, el bien y el mal, el inocente y el culpable, la vida y la muerte. La naturaleza no se sitúa nunca en uno de los polos, la naturaleza es un proceso, siempre en devenir, no se detiene. Sólo para la mente racional hay esto o aquello. Para emitir un juicio hemos de detener el proceso en uno u otro punto. Pero si queremos comprendernos sin falsas atribuciones habremos de contemplar el proceso todo entero, más allá de los códigos establecidos. Sólo así la compasión, la auténtica compasión, será posible.

–¿Está de acuerdo con Camus en que el suicidio es el único problema filosófico verdaderamente serio? ¿Requiere el perdón de quienes se quedan?
–El de Camus es el problema de la libertad. Ante la constatación del sinsentido de la existencia, podemos decidir aceptarla o no. Vivir o dejar de hacerlo es una opción personal. Claro que esto se plantea cuando nos enfrentamos al absurdo y la extrañeza. Por eso la libertad, esa libertad, es un problema filosófico. Pero no parece que estemos preparados para ello. Existir nos parece normal. El problema, entonces, se desplaza al orden práctico. El problema práctico verdaderamente serio, en estos momentos, es dejar de procrear. No hacerlo es, a todas luces, imperdonable.

–¿Algún día será posible naturalizar la muerte, despojarla de ceremonias y dolor?
–Es triste, siempre, separarse de aquellos a los que amamos, tanto si ellos nos dejan como si somos nosotros los que hemos de dejarles. Pero la tristeza es memoria. Y la memoria forma parte de una historia personal. Lo que sí podemos hacer es tratar de contemplar la vida sin tenernos tanto en cuenta. La vida es pérdida. Si la aceptamos hemos de aceptar el lote entero. La vida en este planeta no se sostendría sin la muerte. Y la verdad es que, para él, no somos importantes.

Alberto Gómez

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