Es curioso cómo la conversación sobre Parásitos, la más reciente y sorprendente ganadora del Oscar a Mejor Película, se ha centrado, quizás erróneamente, en que representa la lucha de clases. No me entendáis mal: efectivamente, el filme de Bong Joon-ho nos muestra cómo una familia del barrio pobre de Seúl, que vive semiahogada en un semisótano, ve la oportunidad de infiltrarse el servicio (chófer, ama de casa, profesora particular) de una familia de la parte rica. Los Kim y los Park. Todas las escaleras que separan los mundos de ambos clanes ("¡Qué metafórico!", como diría Kim Ki-woo) marcan la frontera infranqueable entre las clases populares y las clases privilegiadas.
Fans de 'Parásitos'
La diferencia llega cuando entendemos que esta no es una historia de personas que tienen acceso a todos los recursos imaginables y aquellos marginados por la sociedad. No, lo cierto es que la realidad que nos muestra la película es mucho más compleja de lo que parece a simple vista y tiene mucho que ver con la situación socioeconómica de Corea del Sur. Desde luego, deberíamos preguntarnos por qué una película con estas reflexiones sobre las desigualdades sociales tiene lugar en uno de los países más avanzados del mundo. Un lugar donde la esperanza de vida se encuentra entre las más altas de todo el globo (alrededor de los 82 años) y su tasa de desempleo no llega ni al 4%.
Ideal, ¿no? Pues al parecer, no tanto. Es uno de los más avanzados del planeta, pero su capitalismo ha causado estragos. Los surcoreanos trabajan, sí, pero más del 30% de ellos está sobrecualificado para el empleo que desempeña. Las expectativas creadas durante toda una vida, en la que los estudios son de fácil acceso, colisionan con la realidad laboral. No todos pueden acceder a las profesiones que anhelan, pero más de los que el sistema puede absorber están preparados para ello. De las expectativas frustradas llega la presión social por conseguir las metas, por ser más, por alcanzar un ideal que quizás es inalcanzable. Relacionado o no con este fenómeno, Corea del Sur tiene uno de los datos de suicidio más altos en todo el mundo. Es más: es la primera causa de muerte entre los jóvenes.
En Parásitos conocemos a dos jóvenes, Kim Ki-woo y Kim Ki-jung, con una formación brillante. Son capaces de armar todo un plan en el que se incluyen falsificaciones de documentos y hasta hacerse pasar por grandes profesionales de la enseñanza. Tiene mucho de morro, pero también de inteligencia y potencial desaprovechado en el semisótano en el que viven con sus padres, sin esperanzas de futuro mientras doblan cajas de pizzas para subsistir. Ambos han tenido oportunidades para estudiar, tal y como provee el gobierno, pero la realidad que llega después es desoladora. ¿Dónde están los puestos laborales para los que se han formado? Con razón el 75% de ellos quiere emigrar del país. Y tienen una palabra para su situación: infierno.
Todo esto deriva en el concepto con el que quizás pueda entenderse mejor la oscarizada película: Hell Joseon. Literalmente, el infierno de Joseon. La referencia se remonta al siglo XIX, cuando cayó la última y más longeva dinastía de Corea de una forma tremebunda. Hace unos pocos años, la juventud del país recuperó este histórico nombre para referirse a su descontento con la situación, desde el empleo hasta las desigualdades, pero sobre todo a la incapacidad de cambiar tu clase social sin importar cuánto te esfuerces o trabajes. La mentira de la meritocracia. Nunca conseguirás subir todas esas escaleras que te separan de la opulencia, porque el sistema está podrido desde las bases. Efectivamente, un infierno.
Y es que, cuando has alcanzado gran parte de las conquistas sociales y democráticas más importantes, como el acceso a la educación o una sanidad pública eficiente (la cual aparece también brevemente en Parásitos), te das cuenta de que hay barreras que no pueden atravesarse en un sistema capitalista, donde debe haber pobres para que los ricos puedan acumular riqueza. Por algo el gobierno surcoreano identificó este problema en 2017 como el más importante que tienen que resolver. De alguna forma, Bong Joon-ho retrata en su película el fracaso de este modelo económico, que condena a gran parte de la población a una frustración y desencanto crónicos.
En declaraciones a BBC Mundo, el profesor Owen Miller aseguraba que, tras crecer a ritmo vertiginoso durante décadas y sufrir una desaceleración tras la crisis asiática en 1997, Corea del Sur "ahora presenta un ritmo de crecimiento como el de los países desarrollados y eso significa que no está sacando a la gente de la pobreza en la forma en que lo hacía antes, así que hay una sensación de que la gente está estancada". Ese momento de crisis, como suele ocurrir, trajo consigo una flexibilización laboral que originaría la falta de estabilidad laboral que aún hoy sufre el país. "Más inseguridad, más desigualdad y menor tasa de crecimiento", aseguraba, apuntando además que "la competencia intensa" es otro de los grandes focos de presión que vive la juventud, que lo tiene relativamente fácil para conseguir un título universitario pero, al final del día, no saben qué hacer con él. ¿No nos suena?
Esa precariedad extrema a la que está llegando la sociedad surcoreana tiene una representación muy clara en Parásitos a través del banjiha, esto es, el semisótano donde vive la familia Kim. Si pensabas que Bong Joon-ho había tirado de metáfora y patetismo metiendo a sus protagonistas en un lugar tan inmundo, estabas equivocado. Son lugares muy reales que el gobierno catalogó como vivienda después de la crisis inmobiliaria de los años 80. Cuando se permitió su alquiler, evidentemente, las familias más desfavorecidas acabaron ocupándolos, como si formasen parte de las ratas que viven en el subsuelo de la ciudad.
Desde luego, es un contexto interesante con el que afrontar una película como Parásitos, tan específica en su retrato de los males de Corea del Sur como universal: en países como España no estamos tan lejos de esa situación. Nuestro banjiha son pisos-ratoneras que se alquilan en Idealista a precios desorbitados en las grandes ciudades, y las frustraciones laborales son el pan de cada día para los jóvenes universitarios, para los que cada vez hay menos donde escoger, peor pagado y con mucha más inestabilidad.
La Aventura
Cabe preguntarse: ¿es esa la pinta que tiene los límites del capitalismo? El escritor peruano Gustavo Faverón, autor de la novela Vivir abajo, compartió en su perfil personal de Facebook una interesante reflexión sobre la situación que refleja Parásitos, y que resume a la perfección todo lo que hemos explicado en este artículo:
"La sociedad de Parásitos, que es la sociedad surcoreana contemporánea, es una sociedad capitalista avanzada que, además, ya incorporó en su modelo elementos clave de la sociedad de bienestar y de los modelos de soporte socialistas y, por lo tanto, ya debería haber superado todos los growing pains del capitalismo. Es una sociedad que provee cuidado médico universal gratuito; tiene uno de los mejores sistemas escolares del mundo; da ayuda financiera incluso a las instituciones académicas privadas; ha convertido sus universidades nacionales en las mejores del país y acceder a ellas depende del rendimiento de los estudiantes y no del dinero de sus padres (pero si no accede a ellas, hay muchas otras); y claro, es un valhalla de las nuevas tecnologías y los nuevos modelos laborales. Sin embargo, ese paraíso sobre el papel ha conducido, en la realidad, a un callejón sin salida: el de una generación de surcoreanos educados, brillantes, colmados de información, que en la mayor parte del planeta estarían destinados a la élite intelectual o a la élite profesional, pero que en Corea del Sur son marginales, porque son una masa enorme, que se queda tirada en los bordes del camino a las universidades top porque hay otros millones de surcoreanos que son aún más efectivos académicamente, o más afortunados o aferrados a una posición o una fortuna heredadas. Por eso en Parásitos no hay una historia de conflicto clasista: porque no hay sino una sociedad con un "adentro" en el que todo funciona bien, y después hay un "afuera" de esa sociedad que es insuficiente y pesadillesco"
Faverón habla de una "versión retorcida y perversa del paraíso social" donde los personajes "no tienen un problema con las clases sociales" sino que "tienen el problema de no ser parte de la sociedad". Una sociedad que "ha creado un circuito en el que da a sus jóvenes todas las llaves pero no los deja acercarse a las puertas". Sin duda, estas reflexiones nos hacen mirar con otros ojos a la película de Bong Joon-ho, y, sobre todo, nos hacen pensar cuánto tardaremos aquí en tener que vivir en un semisótano.
ESQUIRE
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