Nos preguntamos si nuestro Gobierno está gestionando bien o mal esta crisis, aunque se trata de una pregunta estéril, ya que la respuesta no consigue responder nada: está gestionándola como puede, improvisando medidas que simulan un control sobre lo incontrolable, en parte porque ningún Gobierno del mundo está preparado para gestionar un dislocamiento total y repentino de las estructuras de nuestra realidad. Como mucho, puede gestionar la incertidumbre.
Todos, incluidos los científicos, que aún andan entre el sí y el no al uso generalizado de mascarillas, nos movemos entre hipótesis, conjeturas y palos de ciego. También entre paradojas: por ejemplo, que el hecho de que en España mueran casi mil personas al día a causa del coronavirus sea una noticia esperanzadora con respecto a la famosa curva, que, a pesar de ser ascendente, resulta ser estable, según los analistas de esa curva misteriosa.
Con los políticos podemos ser comprensivos: nos hacemos cargo de que saben poco o nada de este asunto, pero el hecho de que los científicos reconozcan su incapacidad para neutralizar esta pandemia es algo que intranquiliza un poco más. El desbarajuste socioeconómico es algo que todo el mundo asume con un grado variable de fatalismo; en cambio, la indefensión ante una amenaza vírica es algo que percibimos como un factor de alarmismo que no entra en conflicto con la racionalidad.
Por no saber, no sabemos aún si esto es el principio del final de la crisis o el principio de una crisis mayor, pues el día de mañana se nos ha convertido en una caja de sorpresas. Estamos en un momento en el que todo el mundo es consciente de que, con un poco de mala suerte, puede morir en cuestión de días, y no estamos acostumbrados a plantearnos de manera tan categórica nuestra fragilidad, de ahí que la huella psicológica que va a dejarnos esta coyuntura resulte tal vez incalculable.
No hace falta ser un paranoico para intuir que no están contándonos toda la verdad, y no porque nuestros gobernantes hayan decidido mentirnos, sino porque no tienen más remedio que mentirnos: si anunciaran que nuestro sistema puede derrumbarse y que millones de personas irán directas a la ruina de aquí a unos meses, la crisis ascendería a la categoría de caos. ¿Hasta qué punto podrán paliar el Estado y la UE una quiebra social globalizada? De esa prueba de fuerza dependerán muchas cosas. Tal vez demasiadas.
Ojalá nuestros cálculos pesimistas se vean desmentidos por el curso de los acontecimientos. Pero, hoy por hoy, y por desgracia, el optimismo es un lujo que no nos podemos permitir.
Felipe Benítez Reyes.
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