sábado, 11 de julio de 2020

Jordi Savall y los caminos del tiempo ... por Pablo Bujalance.

El músico ofreció anoche junto a Hespèrion XXI en formación de trío un concierto inolvidable en el Castillo de Gibralfaro

Por más que ciertos profetas postmodernos sostengan que la función de la música en la cohesión social de las distintas tribus es un invento del punk, conviene afirmar, por si acaso que la música es, desde antiguo, el arte que con más eficacia ha contribuido a hacer sentir a los incautos parte de una determinada comunidad. Desde que Jordi Savall fundara en 1974 en Basilea Hespèrion XXI, su titánica labor de recuperación de los repertorios tardomedivales y barrocos ha revelado hasta qué punto esa comunidad es amplia, diversa, heterogénea, mestiza y ajena a cualquier intento de simplificación categórica: en el oficio tomado en manos del maestro catalán y los suyos, el oyente se siente parte, sin remedio, de una comunidad mucho más grande y en gran medida por conocer de lo que hubiera sospechado de otra manera. Pero justo ésta la función de la música: servir de proverbial lente de aumento a las raíces, los alcances y las perspectivas particulares hasta hacerlas universales. El pasado viernes, Savall regresó a Málaga (al fin) junto a la formación de trío de Hespèrion XXI que completan Enrike Solinís a la tiorba y la guitarra, Pedro Estevan a la percusión y el propio Savall a la viola de gamba, en su registro bajo y soprano; y compareció en el Castillo de Gibralfaro, dentro del ciclo Noches de Gibralfaro, que muy a pesar de los iniciales problemas técnicos se reveló como escenario ideal de la propuesta y que merecería una mayor proyección como auditorio para conciertos de similar espíritu (cabe apuntar que la sonorización, contrariamente a lo que cabía esperar en un principio, fue limpia y estuvo a la altura). En tal coyuntura, con aforo completo y el público correctamente ataviado con sus mascarillas, Savall vistió de largo el programa Folías y Canarios, que prodigó una odisea sonora por cuanto dieron de sí los territorios de la Península Ibérica y el Nuevo Mundo (tanto en su acepción hispana como céltica) desde la Edad Media hasta el siglo XVIII.


CUANDO DE LA FORMACIÓN DE TRÍO DE HESPÈRION XXI SE TRATA, EL MERO ROCE DE LAS MANOS SOBRE LOS INSTRUMENTOS YA SE CONVIERTE EN MÚSICA

Si en manos de Hespèrion XXI la música es una cuestión de matices, la cuestión se multiplica cuando del trío se trata, ya que el mero roce de las manos sobre los instrumentos ya se convierte en música. Advirtió Savall antes de comenzar que, con una humedad al 80% (bienvenidos a Málaga), y dado que los intérpretes emplean cuerdas de tripa a la antigua usanza (en cuanto a puesta en escena, un concierto con Jordi Savall de por medio tiene tanto de ceremonia como de arqueología), los mismos se verían obligados a afinar con frecuencia e incluso a cambiar alguna cuerda rota. Y resultó de hecho altamente ilustrativo ver al maestro cambiar de ubicación dos de las seis cuerdas de su viola de gamba para la interpretación de las Diferencias sobre las Folies d'Espagne de Antonio Martín y Coll con el fin de que, tal y como dejó anotado el compositor a comienzos del siglo XVIII, el timbre del instrumento se acercara más al de una gaita. La Folía, danza que cundió en España desde finales de la Edad Media, articuló sabiamente el repertorio y permitió recordar, de paso, que tanto en su vertiente más galante como en la más popular la música instrumental se hizo hasta Bach, esencialmente, para bailar. Así quedó demostrado lo mismo en las Folías antiguas recopiladas por Diego Ortiz como en la revisión de Greensleeves de Pedro Guerrero, con insospechados lazos compartidos entre el Norte y el Sur. Al fin de la primera parte, tras el Fandango de Santiago de Murcia, la guaracha invitaba decididamente a la fiesta con la amalgama propia de la bulería traída, eso sí, desde finales del siglo XVII.




El apartado Las tradiciones célticas del Nuevo Mundo con el que empezó la segunda parte anunciaba senderos de ultramar para la vieja Folía que había nacido visto la luz en el siglo XV entre los reinos de Portugal y León. El Canario anónimo tuvo su evocación ornitológica en la viola soprano de Savall, quien demostró en cada improvisación un virtuosismo asombroso en preclara comunión con los modos instrumentales de la época. Para los bises, el trío optó por dos piezas del Códice Trujillo recopilado en Lima en 1740, en las que la misma tradición barroca se teñía de pinceladas andinas para dar cuenta, aún más, de la enorme dimensión que este legado reúne y alimenta. En Jordi Savall la música está hecha, ante todo, de tiempo; o, más bien, de los caminos que lo surcan. En todo caso, fue un gustazo sentirse parte. El baile iba por dentro.

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