Resulta incomprensible que un partido político como el PSOE renuncie tan obstinadamente al poder cuando no tiene otra misión que alcanzarlo
Antes de que relucieran las navajas, los críticos del PSOE encarnaban ya un enigma. Resulta incomprensible que un partido político renuncie tan obstinadamente al poder cuando no tiene otra misión que alcanzarlo. Sánchez ha representado mucho mejor su papel. Después de renunciar a un gobierno alternativo en invierno, cuando más autoridad tenía, se ha aferrado a esa posibilidad en el descuento y en nombre de su propia supervivencia. Podría decirse que él se lo ha buscado, pero la canallesca ferocidad de sus enemigos, dispuestos incluso a resucitar a los muertos con tal de impedírselo, no sólo le ha hecho bueno. De momento, es un mártir. Quizás, mañana sea un héroe.
Tanta deslealtad, tanta brutalidad y tanta estupidez tienen que tener una explicación. Si, como parece, los dimisionarios quieren una gestora que asuma el coste de una abstención que permita gobernar a Rajoy, ¿qué ganan ellos? Dentro de unos años, tal vez un puesto en un consejo de administración, pero mientras tanto, ¿de verdad creen que van a poder hacer oposición, y no el ridículo, después de haber regalado el poder?
La figura de Felipe González dirigiendo la orquesta plantea cuestiones incluso más graves. Si sus muchachos han sido capaces de apuñalar a su propio partido en el corazón para impedir una coalición o un simple acuerdo de investidura, ¿qué no serán capaces de hacer si algún día Podemos gana unas elecciones? ¿Anularán los resultados? ¿Sacarán los tanques a la calle? Por lo visto, al Ibex 35 el partido de Iglesias le da miedo. A mí, los amigos de González me dan pánico.
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