Parece
paradójico, pero lo cierto es que la Orquesta Filarmónica de Málaga
interpretará el próximo 6 de abril en el Teatro Cervantes, en el
concierto especial de Semana Santa, Un réquiem alemán de Brahms; y
ese mismo día soplará el Cervantes las treinta velas de la tarta de
cumpleaños de su reinauguración, lo que en el fondo vendría a ser su
nacimiento por derecho, ya que fueron la adquisición municipal y la
posterior intervención in extremis las que hicieron del coso de
la Plaza Jerónimo Cuervo, el mismo arquitecto que lo alumbró en 1870, lo
que es hoy: el eje esencial de la vida cultural de Málaga como sede,
además de su programación de espectáculos, del Festival de Cine en
Español, el Festival de Teatro, la Temporada de Abono de la OFM, el
Festival de Jazz, el Terral y otros certámenes, además de la nutrida
agenda social que abarca (desde la semifinal y la final del concurso del
Carnaval hasta el Pregón de la Semana Santa celebrado ayer mismo: todo
pasa justo aquí).
La paradoja procede del hecho de que sea un réquiem la banda sonora que habrá de alentar el cumpleaños feliz,
aunque en este caso la ocasión piadosa se lleva el protagonismo frente a
la festiva. Aquel 6 de abril de 1987, sin embargo, con la Reina Sofía
en el palco de autoridades, la Orquesta Sinfónica de Málaga (la
Filarmónica era todavía un sueño en unas cuantas cabezas) brindó en el
concierto inaugural La creación de Haydn, a priori
bastante más apropiado. Desde entonces, el Cervantes no ha sido
únicamente escenario de representaciones teatrales y líricas, conciertos
y todo tipo de espectáculos: también de la propia historia reciente de
la urbe y de miles de historias particulares de los otros tantos
malagueños que han ocupado sus butacas. Todo bajo el enorme lienzo de
Bernardo Ferrándiz.
Tras la adquisición del teatro a manos del
Ayuntamiento gobernado por Pedro Aparicio en enero de 1984 (desde los
años 50 la principal actividad del teatro eran las proyecciones de cine,
lo que empujó a los antiguos propietarios a introducir unas
desafortunadas modificaciones que terminaron acelerando su ruina),
comenzó la esperada rehabilitación bajo la dirección del arquitecto José
Seguí. En aquella actuación se recuperaron los decorados originales del
interior y la caja escénica, así como los mobiliarios, se incorporaron
nuevos diseños y se restauraron todas las pinturas, incluido el lienzo
de Ferrándiz. Para la fachada se optó por un color gris perla que
imitaba al de las sillerías de mortero. Desde entonces, eso sí, las
intervenciones para la conservación del teatro no se han detenido, sino
que han desfilado en un continuo con medidas sin excesiva
interrupción. El fresco de Bernardo Ferrándiz volvió a ser restaurado en
dos fases, entre 2004 y 2005. El litigio contra las aguas subterráneas,
derivadas del arroyo que surca la calle Frailes, ha contado diversas
actuaciones en estos treinta años. En 2016, sin ir más lejos, se
procedió a reparar el patio de butacas al completo para mejorar la
calidad de la visión desde el patio (una medida que venía siendo
reclamada desde la misma reapertura en 1987). Y en 2011, en una decisión
no exenta de polémica, la fachada recuperó el mismo color ocre con el
que el Teatro Cervantes abrió sus puertas en 1870 (en una intervención
que incluyó también la mejora de los canalones de desagüe y la
sustitución de los escalones defectuosos del acceso principal). Las
condiciones acústicas, otro caballo de batalla con el que
particularmente viene lidiando el Cervantes desde su reinauguración,
también han impulsado diversos trabajos de mejora. Además, la
declaración de Bien de Interés de Cultural de 2005 obliga a una
vigilancia pormenorizada en lo que a la salud del edificio se refiere.
Sin embargo, como en más de una ocasión ha explicado el propio José
Seguí, la importancia de la rehabilitación del Teatro Cervantes, además
de todo lo que significó la recuperación de semejante tesoro
patrimonial, procede de su posición fundacional respecto al éxito de la
obra pública en Málaga. Aquel rescate entrañó el primer episodio de un
afán transformador que tuvo su origen en el Cervantes y que terminó
expandiéndose por todo el centro. El primer afectado fue precisamente el
entorno del teatro, con la construcción del Mercado de la Merced y la
reordenación de la Plaza de la Merced, a las que siguieron las
intervenciones en la Plaza de Uncibay, la calle Granada y la calle
Larios, así como la calle Comedias y los Mártires, con la consecuente
peatonalización. Tras el Cervantes, cambió Málaga entera.
Con épocas inolvidables en lo escénico (los primeros años
del actual Festival de Teatro celebrados en el Cervantes bajo la
dirección de Miguel Romero Esteo) y en lo musical (con actuaciones de
figuras internacionales como Caetano Veloso, Lou Reed, Rubén Blades,
Joao Gilberto, Nick Cave, Wilco y otros muchos), además de episodios
como el festival Ciudad del Paraíso que, por una vez, convirtió a
Málaga en verdadera potencia mundial en lo que a música clásica se
refiere (cuesta olvidar la figura de Lorin Maazel en la tarima), por no
hablar de los muchos momentos de emoción al abrigo del Festival de Cine,
el principal reto que afronta el Teatro Cervantes hoy día es su
descongestión: el primer coso municipal es un elefante atiborrado que
necesita aliviar su carga para dotarse de una programación
verdaderamente competitiva, algo que resulta necesario con especial
urgencia en la cuestión lírica. Durante algunos años, sus responsables
vivieron con esperanza los movimientos en torno a la construcción de un
auditorio de la música en el Muelle de San Andrés, finalmente truncados,
aunque un equipamiento así sigue siendo imprescindible tanto por las
carencias culturales de Málaga como para la mayor oxigenación del
Cervantes. Mientras tanto, qué remedio: arriba el telón.
Pablo Bujalance
No hay comentarios:
Publicar un comentario