martes, 4 de abril de 2017

Escena para treinta años ... por Pablo Bujalance.

Parece paradójico, pero lo cierto es que la Orquesta Filarmónica de Málaga interpretará el próximo 6 de abril en el Teatro Cervantes, en el concierto especial de Semana Santa, Un réquiem alemán de Brahms; y ese mismo día soplará el Cervantes las treinta velas de la tarta de cumpleaños de su reinauguración, lo que en el fondo vendría a ser su nacimiento por derecho, ya que fueron la adquisición municipal y la posterior intervención in extremis las que hicieron del coso de la Plaza Jerónimo Cuervo, el mismo arquitecto que lo alumbró en 1870, lo que es hoy: el eje esencial de la vida cultural de Málaga como sede, además de su programación de espectáculos, del Festival de Cine en Español, el Festival de Teatro, la Temporada de Abono de la OFM, el Festival de Jazz, el Terral y otros certámenes, además de la nutrida agenda social que abarca (desde la semifinal y la final del concurso del Carnaval hasta el Pregón de la Semana Santa celebrado ayer mismo: todo pasa justo aquí).
La paradoja procede del hecho de que sea un réquiem la banda sonora que habrá de alentar el cumpleaños feliz, aunque en este caso la ocasión piadosa se lleva el protagonismo frente a la festiva. Aquel 6 de abril de 1987, sin embargo, con la Reina Sofía en el palco de autoridades, la Orquesta Sinfónica de Málaga (la Filarmónica era todavía un sueño en unas cuantas cabezas) brindó en el concierto inaugural La creación de Haydn, a priori bastante más apropiado. Desde entonces, el Cervantes no ha sido únicamente escenario de representaciones teatrales y líricas, conciertos y todo tipo de espectáculos: también de la propia historia reciente de la urbe y de miles de historias particulares de los otros tantos malagueños que han ocupado sus butacas. Todo bajo el enorme lienzo de Bernardo Ferrándiz.
Tras la adquisición del teatro a manos del Ayuntamiento gobernado por Pedro Aparicio en enero de 1984 (desde los años 50 la principal actividad del teatro eran las proyecciones de cine, lo que empujó a los antiguos propietarios a introducir unas desafortunadas modificaciones que terminaron acelerando su ruina), comenzó la esperada rehabilitación bajo la dirección del arquitecto José Seguí. En aquella actuación se recuperaron los decorados originales del interior y la caja escénica, así como los mobiliarios, se incorporaron nuevos diseños y se restauraron todas las pinturas, incluido el lienzo de Ferrándiz. Para la fachada se optó por un color gris perla que imitaba al de las sillerías de mortero. Desde entonces, eso sí, las intervenciones para la conservación del teatro no se han detenido, sino que han desfilado en un continuo con medidas sin excesiva interrupción. El fresco de Bernardo Ferrándiz volvió a ser restaurado en dos fases, entre 2004 y 2005. El litigio contra las aguas subterráneas, derivadas del arroyo que surca la calle Frailes, ha contado diversas actuaciones en estos treinta años. En 2016, sin ir más lejos, se procedió a reparar el patio de butacas al completo para mejorar la calidad de la visión desde el patio (una medida que venía siendo reclamada desde la misma reapertura en 1987). Y en 2011, en una decisión no exenta de polémica, la fachada recuperó el mismo color ocre con el que el Teatro Cervantes abrió sus puertas en 1870 (en una intervención que incluyó también la mejora de los canalones de desagüe y la sustitución de los escalones defectuosos del acceso principal). Las condiciones acústicas, otro caballo de batalla con el que particularmente viene lidiando el Cervantes desde su reinauguración, también han impulsado diversos trabajos de mejora. Además, la declaración de Bien de Interés de Cultural de 2005 obliga a una vigilancia pormenorizada en lo que a la salud del edificio se refiere. Sin embargo, como en más de una ocasión ha explicado el propio José Seguí, la importancia de la rehabilitación del Teatro Cervantes, además de todo lo que significó la recuperación de semejante tesoro patrimonial, procede de su posición fundacional respecto al éxito de la obra pública en Málaga. Aquel rescate entrañó el primer episodio de un afán transformador que tuvo su origen en el Cervantes y que terminó expandiéndose por todo el centro. El primer afectado fue precisamente el entorno del teatro, con la construcción del Mercado de la Merced y la reordenación de la Plaza de la Merced, a las que siguieron las intervenciones en la Plaza de Uncibay, la calle Granada y la calle Larios, así como la calle Comedias y los Mártires, con la consecuente peatonalización. Tras el Cervantes, cambió Málaga entera.
Con épocas inolvidables en lo escénico (los primeros años del actual Festival de Teatro celebrados en el Cervantes bajo la dirección de Miguel Romero Esteo) y en lo musical (con actuaciones de figuras internacionales como Caetano Veloso, Lou Reed, Rubén Blades, Joao Gilberto, Nick Cave, Wilco y otros muchos), además de episodios como el festival Ciudad del Paraíso que, por una vez, convirtió a Málaga en verdadera potencia mundial en lo que a música clásica se refiere (cuesta olvidar la figura de Lorin Maazel en la tarima), por no hablar de los muchos momentos de emoción al abrigo del Festival de Cine, el principal reto que afronta el Teatro Cervantes hoy día es su descongestión: el primer coso municipal es un elefante atiborrado que necesita aliviar su carga para dotarse de una programación verdaderamente competitiva, algo que resulta necesario con especial urgencia en la cuestión lírica. Durante algunos años, sus responsables vivieron con esperanza los movimientos en torno a la construcción de un auditorio de la música en el Muelle de San Andrés, finalmente truncados, aunque un equipamiento así sigue siendo imprescindible tanto por las carencias culturales de Málaga como para la mayor oxigenación del Cervantes. Mientras tanto, qué remedio: arriba el telón. 
Pablo Bujalance

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