lunes, 20 de mayo de 2019
JUAN CARLOS ARAGÓN ... por Jesús Nieto Jurado.
Nos enseñó que hay filosofía en los espigones
Dicen que soplaba poniente, que refrescó, que estaba el día tonto. Dicen que volvieron por mayo las rebequitas a la Caleta el día que murió Juan Carlos Aragón. Dicen, también, que la ciudad que hizo del vivir y del sobrevivir un arte lloró por su poeta predilecto.
Murió Juan Carlos Aragón y daban un pésame sentido Antonio Burgos y el Kichi, Susana y una mojarrita con tuiter. El Carnaval de Cádiz se internacionalizó con él, que era de los que buscaban los orígenes de las carnestolendas en la serenísima Venecia, y el modo y el cuándo y el porqué del tango de los duros antiguos llegó a Las Antillas y había un cable submarino y emocional; un cordón umbilical entre La Habana y Cádiz que escribió el propio Burgos y que cantaron Carlos Cano y después María Dolores Pradera.
Yo conocí a Juan Carlos Aragón por intercesión de Juan José Téllez, pero muchos siglos antes que lo venía siguiendo. Yo fui de Martínez Ares hasta el primer libro y los primeros cuernos, después ya me fui adaptando a la hondura de Aragón Becerra. No son ni la cara ni la cruz, sino dos creadores que no van de cantautores y han conmovido y conmoverán. Aragón, cuando hablaba con él, tenía cierto miedo a que el Carnaval, global, perdiera las esencias, y que Cádiz se convirtiera en un parque temático del pito de caña. Yo le dije, o creo que le dije, que era responsabilidad del autor el gaditanizar el mundo.
El niño que hizo de la religión un carnaval y nunca creyó en el Paraíso nos enseñó que hay filosofía en los espigones. Y que el arte está en la charla de un prejubilado de los astilleros que pesca en el Puente de Carranza sin carnaza o en una novela sobre unos octavillas y unos puntas y unos contraltos que se van de peregrinación a Barbate como quien va a Compostela para reencontrarse con Cádiz.
A Juan Carlos Aragón le ponía yo a veces a los flamencos que pasan por el Balneario de los Baños del Carmen -un enclave gaditano en la Costa Azul malagueña-, que entonaban sus letrillas que ahora la Historia tendrá, en justicia, por letrazas. De su muerte me enteré por Jaime Cedillo, poeta que escribe en papel publicado lo que después canta por los campos manchegos. A él le hizo unas coplillas improvisadas López Sampalo, gaditano del Albaicín.
La muerte de un poeta debe ser llorada lo justo y cantada todos los días. Porque sobrepasó los 'corseses' de la chirigota, siguió aquel invento de Paco Alba y así fijó sus ángeles y sus diablos, sus condenados y sus gondoleros en un imaginario que entra y sale de las murallitas. De Cádiz al mundo, lanzó Juan Carlos sus bombas para hacerle un traje a los poderosos y a los fanfarrones.
El sábado le puse un guasap de voz al otro mundo. Juanma Lamet y yo le cantamos un estribillo suyo.
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