Oriol Junqueras, vicepresidente de la Generalitat catalana y dirigente de Esquerra Republicana de Catalunya, ha hecho una advertencia al Estado: en caso de que el referéndum sobre la presunta independencia de Cataluña sea vetado por el Estado, él propone que se proclame la República Catalana.
Pues estamos aviados, ni más ni menos que el segundo hombre (o mujer) al mando de tan importante autonomía, nos avisa de que se va a dar un golpe de Estado. Porque no se puede llamar de otra manera a lo anunciado.
Si se va a romper la legalidad vigente en Cataluña, si se va a desobedecer la Constitución, si se va a quebrantar el propio Estatut, sin negociarlo con la otra parte que es el Estado, estamos hablando de un golpe.
La primera característica de este golpe es que va dirigido contra los propios catalanes, que han votado un Parlamento que elabora leyes y representa de manera casi proporcional las tendencias políticas del país. Sería un golpe interno, porque exigiría eliminar a la casi mitad del Parlamento contraria a violentar las leyes que dan sentido y legitimidad a esa representación. O sea que la advertencia de Oriol Junqueras debía ser dirigida en primer lugar al Parlamento catalán para que los no soberanistas sepan a qué atenerse. Se trataría de una mínima medida de urbanidad. ¿Les espera la cárcel o simplemente tendrán que tragarse lo que tenga pensado legislar Junqueras? La pregunta no es demagógica, porque si alguien rompe de un golpe toda la legalidad es de esperar que imponga su ley para todo lo demás, empezando por mantenerse en el poder.
Junqueras no deja lugar a dudas. Lo que pasa es que no explica qué medidas, y apoyadas en qué fuerza coercitiva, va a poner en marcha para evitar la previsible respuesta interior y “exterior”. La interior, la resistencia de toda la oposición al soberanismo extremo, que representa a más del 50% de los votos populares. La “exterior” sería la del propio Estado, y no es preciso detallar sus numerosas variantes posibles.
No hay que hacer ningún ejercicio de impostación para adivinar que Junqueras, como muchos otros y otras representantes del soberanismo, estaría encantado de pasar a engrosar las filas de las víctimas del Estado, aunque sin derramar sangre si es posible. En esto, de momento parece más sensato que Lluís Companys o que Eamon de Valera en Irlanda.
Yo quiero pensar que Oriol Junqueras está jugando a un juego de mesa. Que lo que hace es amenazar no con un golpe sino con un golpecito. Algo novedoso.
Oriol Junqueras, vicepresidente de la Generalitat catalana y dirigente de Esquerra Republicana de Catalunya, ha hecho una advertencia al Estado: en caso de que el referéndum sobre la presunta independencia de Cataluña sea vetado por el Estado, él propone que se proclame la República Catalana.
Pues estamos aviados, ni más ni menos que el segundo hombre (o mujer) al mando de tan importante autonomía, nos avisa de que se va a dar un golpe de Estado. Porque no se puede llamar de otra manera a lo anunciado.
Si se va a romper la legalidad vigente en Cataluña, si se va a desobedecer la Constitución, si se va a quebrantar el propio Estatut, sin negociarlo con la otra parte que es el Estado, estamos hablando de un golpe.
La primera característica de este golpe es que va dirigido contra los propios catalanes, que han votado un Parlamento que elabora leyes y representa de manera casi proporcional las tendencias políticas del país. Sería un golpe interno, porque exigiría eliminar a la casi mitad del Parlamento contraria a violentar las leyes que dan sentido y legitimidad a esa representación. O sea que la advertencia de Oriol Junqueras debía ser dirigida en primer lugar al Parlamento catalán para que los no soberanistas sepan a qué atenerse. Se trataría de una mínima medida de urbanidad. ¿Les espera la cárcel o simplemente tendrán que tragarse lo que tenga pensado legislar Junqueras? La pregunta no es demagógica, porque si alguien rompe de un golpe toda la legalidad es de esperar que imponga su ley para todo lo demás, empezando por mantenerse en el poder.
Junqueras no deja lugar a dudas. Lo que pasa es que no explica qué medidas, y apoyadas en qué fuerza coercitiva, va a poner en marcha para evitar la previsible respuesta interior y “exterior”. La interior, la resistencia de toda la oposición al soberanismo extremo, que representa a más del 50% de los votos populares. La “exterior” sería la del propio Estado, y no es preciso detallar sus numerosas variantes posibles.
No hay que hacer ningún ejercicio de impostación para adivinar que Junqueras, como muchos otros y otras representantes del soberanismo, estaría encantado de pasar a engrosar las filas de las víctimas del Estado, aunque sin derramar sangre si es posible. En esto, de momento parece más sensato que Lluís Companys o que Eamon de Valera en Irlanda.
Yo quiero pensar que Oriol Junqueras está jugando a un juego de mesa. Que lo que hace es amenazar no con un golpe sino con un golpecito. Algo novedoso.
Oriol Junqueras, vicepresidente de la Generalitat catalana y dirigente de Esquerra Republicana de Catalunya, ha hecho una advertencia al Estado: en caso de que el referéndum sobre la presunta independencia de Cataluña sea vetado por el Estado, él propone que se proclame la República Catalana.
Pues estamos aviados, ni más ni menos que el segundo hombre (o mujer) al mando de tan importante autonomía, nos avisa de que se va a dar un golpe de Estado. Porque no se puede llamar de otra manera a lo anunciado.
Si se va a romper la legalidad vigente en Cataluña, si se va a desobedecer la Constitución, si se va a quebrantar el propio Estatut, sin negociarlo con la otra parte que es el Estado, estamos hablando de un golpe.
La primera característica de este golpe es que va dirigido contra los propios catalanes, que han votado un Parlamento que elabora leyes y representa de manera casi proporcional las tendencias políticas del país. Sería un golpe interno, porque exigiría eliminar a la casi mitad del Parlamento contraria a violentar las leyes que dan sentido y legitimidad a esa representación. O sea que la advertencia de Oriol Junqueras debía ser dirigida en primer lugar al Parlamento catalán para que los no soberanistas sepan a qué atenerse. Se trataría de una mínima medida de urbanidad. ¿Les espera la cárcel o simplemente tendrán que tragarse lo que tenga pensado legislar Junqueras? La pregunta no es demagógica, porque si alguien rompe de un golpe toda la legalidad es de esperar que imponga su ley para todo lo demás, empezando por mantenerse en el poder.
Junqueras no deja lugar a dudas. Lo que pasa es que no explica qué medidas, y apoyadas en qué fuerza coercitiva, va a poner en marcha para evitar la previsible respuesta interior y “exterior”. La interior, la resistencia de toda la oposición al soberanismo extremo, que representa a más del 50% de los votos populares. La “exterior” sería la del propio Estado, y no es preciso detallar sus numerosas variantes posibles.
No hay que hacer ningún ejercicio de impostación para adivinar que Junqueras, como muchos otros y otras representantes del soberanismo, estaría encantado de pasar a engrosar las filas de las víctimas del Estado, aunque sin derramar sangre si es posible. En esto, de momento parece más sensato que Lluís Companys o que Eamon de Valera en Irlanda.
Yo quiero pensar que Oriol Junqueras está jugando a un juego de mesa. Que lo que hace es amenazar no con un golpe sino con un golpecito. Algo novedoso.
Jorge M Reverte
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