¿Qué está pasando para que esto ocurra? ¿Qué hacer? Me niego a creer que los valores que se impongan con estas situaciones es que cada uno a los suyo. Socorrer a quien lo necesite, intentar evitar daños y violencia sobre las personas y las cosas es un deber legal y moral, salvo que se ponga en riesgo la propia integridad. Algunos, por su profesión, tienen un deber incrementado, como el bombero que se la juega, para sacar a alguien de un peligro grave e inminente. Todo esto lo sabemos, tratamos de inculcarlo a nuestros hijos, que sean gente de bien, solidarios, que no miren a otro lado cuando alguien lo pasa mal.
Nuestro joven, educado en esos valores que acabo de mencionar, los que ha vivido en una familia ejemplar, trató de actuar en consecuencia y eso le ha costado la vida.
La natural inquietud que como padre siento al convivir con las salidas de los hijos, se ha multiplicado. Supongo que no soy el único. Pero debemos de ser conscientes de que nada ni nadie para que la gente, en especial los jóvenes, quieren disfrutar, y que unos malvados no pueden arruinar el ocio en nuestras calles. Las autoridades deberán reforzar sus medidas para que ese ocio se desarrolle con el máximo de seguridad, pero seamos realistas, para hacer daño solo hace falta ausencia de escrúpulos, mala leche a reventar y mucha cobardía para huir como ratas.
Nada consolará a mi amigo, los que lo queremos trataremos de hacer todo lo posible para que se sienta arropado en estas horas terribles. Los culpables de esta muerte han causado un daño irreparable pero no van a conseguir que el 99,9 de nuestros jóvenes, es decir todos menos ellos y algunos pocos de su calaña, sigan siendo alegres y solidarios. Confío en que la policía los atrape pronto y los jueces, previo proceso con todas las garantías, los condene, paguen su culpa y sirva de aviso para otros matones de su ralea: no queremos su sucia presencia en nuestras calles.
Cuando termino de teclear estas líneas salgo dirección cementerio para acompañar a un amigo y a los suyos que vieron a su hijo salir para celebrar su cumpleaños y no ha vuelto porque unas bolsas de basuras con forma humana se han portado como lo peor de lo peor, lo más bajo. Han matado, en una suprema expresión de ingratitud, a quien quería ayudarles, a quien quería cortar una pelea de matones que amenazaba con salirles cara y amargar el ambiente. Pero la escoria, en vez atender y agradecer esa mediación, se revuelve contra quien quiere parar un enfrentamiento; los asesinos, como todos los cobardes, a machacar donde más daño pueden hacer, a patadas y puñetazos a la cabeza llevando a la muerte cerebral a un chico de 22 años que no verá otro cumpleaños.
Pedro Moreno Brenes
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