Para hacer testamento bastaría con escribir una lista de libros en los que nos gustaría vivirMas que ateo o agnóstico, me considero eminentemente empírico. Recuerdo, sin ánimo de ofender, que creer en un dios puede resultar el mismo ejercicio que hacerlo en los extraterrestres. Aunque los creyentes, argumenta con tino mi señora, encuentran cierta red emocional en la otra vida a la hora de enfocar lo que ocurre más allá de la muerte. Si estás convencido de que hay una puerta al paraíso en el ataúd, el miedo a perder la vida puede llevarse mejor. La luz al final del túnel, los recuerdos que se proyectan fugazmente en la retina antes del último aliento... no hay garantías sobre todo ello.
Según lo imagino yo, debe ser algo más parecido a quedarse dormido; lo que me resulta inconcebible es la incapacidad para imaginar que no despertarás. Uno infería su primer beso antes de darlo. La primera borrachera. La primera nómina -yo ahora me pregunto cómo será la última-. Y su proyección no andaría muy lejana de la realidad. Esto, sin duda, es una tarea más ardua. Sobre todo porque seguimos sin querer aceptar la muerte como parte de la vida -sabio proverbio de nuestro Pablo Ráez, que justo ayer habría sumado otros dos meses más de lucha-. Creemos que no hablar de ella es esquivarla, cuando en realidad eso redunda en una peor predisposición a vivir.Cada cual con sus creencias, faltaría más. Yo no me alisto a ninguna teoría. Es más, si mi pidieran definir la vida eterna o el paraíso, para mí sería ser todos los personajes de libros que me han cautivado. Ir viviendo en tus carnes esas aventuras, intrigas y fantasías. Saltar de un libro a otro sin descanso. Así que para hacer testamento bastaría con escribir una lista de libros en los que nos gustaría vivir, señalar los personajes que desearíamos interpretar. Y cuando se acabaran, que nos resetearan memoria y alma y empezáramos de nuevo. En un bucle infinito. Y el infierno sería para todos aquellos que tienen alergia a recorrerlos -si eso no es ya el infierno en vida-. Dijo Cicerón, antes de Cristo, que "un hogar sin libros es como un cuerpo sin alma". Pero lo podría haber dicho el mismísimo diablo. Así que ya saben, que nadie se me enfade cuando le diga que eso de ir al cielo es un cuento.
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