Parte de nuestra condición humana se mide por el trato que le damos al resto de las especies. En un sentido o en otro. Como ejemplo de nuestro lado oscuro están los hechos de la protectora de Torremolinos recientemente juzgados, y en los que las dosis de insensibibilidad y de brutalidad eran tan elevadas que rozaban el sadismo. Tampoco es necesario abandonar el ámbito malagueño para recordar aquellos actos de crueldad extrema que se sucedían cuando la protectora local estaba en los alrededores de los Asperones y algunos perros amanecían desangrados, con las patas salvajemente amputadas. Una diversión nocturna. En el lado contrario de la balanza están todas esas organizaciones dedicadas al amparo de los animales y todos esos dueños de mascotas que dignifican nuestra presencia en el planeta.
Siguiendo en esa línea y alertados por casos de barbarie como el de Torremolinos, el Colegio de Abogados de la ciudad y la Fiscalía de Medio Ambiente han emprendido una iniciativa para que se endurezcan las penas por maltrato animal. Algo que honra a ambas instituciones. Los efectos benéficos de una mascota son, con independencia del desarrollo emocional que se genera a su alrededor, muy claros. Mejoran la comunicabilidad de los autistas, alivian el día a día de los enfermos y sirven de consuelo a muchos solitarios forzosos. En estos días hemos sabido que, debido a la relajación que proporcionan los perros, incluso pueden ser un estímulo para los niños en el aprendizaje de la lectura. Está claro, las mascotas, y sobre todo los perros, ayudan a mejorar la calidad de vida. Pero no siempre ocurre lo mismo con algunos dueños de perros.
Todas las alabanzas que podamos dirigir al mejor amigo del hombre se quiebran cuando nos topamos con algunos elementos de nuestra especie que a pesar de ser aparentemente muy considerados con sus animales no lo son en absoluto con sus congéneres. Por ejemplo, estos amantes del reino animal pueden darte los buenos días dejando en la puerta de tu casa una generosa deposición de su querida mascota. Pueden invadir los parques infantiles con perros de raza llamemos conflictiva que además de sembrar un temor fundado emulan a aquellos de los buenos días. O pueden marcharse alegremente al trabajo dejando en su casa un pastor alemán de potente garganta que se pasará las horas ladrando y de paso haciendo imposible el trabajo o el sosiego del vecindario. Un vecindario que normalmente queda a merced del capricho de estos individuos por vía de sus animales y en estado de indefensión a no ser que monten un dispositivo legal de grabaciones digno del FBI. Los responsables, ya está dicho, no son las pobres bestias sin educar, sino unos dueños que compiten dentro del reino animal con el ganado porcino y con el cuco por ocupar la cumbre en la pirámide de la mugre y el despotismo. Al final todo se reduce a un poco de civismo y a un mínimo de solidaridad. Algo que aunque parece fácil constituye ese extraño milagro de la convivencia.
Antonio Soler
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