domingo, 17 de diciembre de 2017

Banderas ... por Antonio Soler

El ciclón Ana, además de árboles, se llevó algunas banderas y dejó desnudos algunos balcones en esta especie de primavera tardía de los símbolos identitarios. La bandera española ha sufrido un largo purgatorio. Significó orgullo para unos y oprobio para otros. Fue una bandera impuesta por la fuerza, despojada de su legítima franja inferior por medio del despotismo y el terror. Ese hecho quedó grabado en la memoria colectiva e identificó durante las oscuras décadas del franquismo a quienes le hacían honores con lo más reaccionario del sistema. La Transición restituyó la honra al símbolo al tiempo que devolvía las libertades al pueblo. En el arcón, más sentimental que racional, quedó la franja morada. Un hecho aceptado por todas las fuerzas políticas que habían sufrido persecución y exilio y que a buen seguro no habría perturbado en lo más mínimo a los padres de la II República.

La recuperación del uso común de la bandera venía siendo lenta debido a aquella vieja identificación con el franquismo y sólo a través del deporte -2010 y el mundial sudafricano- se llegó a una cierta normalización. La rojigualda fue un símbolo de orgullo que pertenecía a todos, o casi. Hizo bien Pedro Sánchez en presentarse como candidato a la Moncloa al pie de una bandera nacional, dejando claro que ese gesto no tenía ninguna significación ideológica más que el de la normalidad y el de la no apropiación por parte de nadie de un emblema colectivo.

Las emociones que pueden despertar las banderas y los himnos son una cuestión personal. Pero incluso a los que no somos demasiado partidarios de las exaltaciones fáciles nos cuesta aceptar que una bandera sea sólo un trapo. Las fotos de una familia -las viejas fotos con soporte físico-, no son sólo un papel. No permanece indiferente quien ve quemar la foto de su padre, o escupir sobre ella. Una bandera, nos guste más o menos, es un retrato de familia. Y tiene una significación. Estamos en unos tiempos de familias mal avenidas, de colectividades enfrentadas. Se alientan bulos y odios. Las banderas se usan no sólo como orgullo propio sino como repulsa del contrario. Llevar unos tirantes con la bandera puede significar peligro de muerte. Lo que ocurriera en ese bar de Zaragoza lo tendrán que solventar los jueces por más que los indicios apunten a la culpabilidad de ese antisistema que ya declaró que no cree en la Justicia sino en la venganza. Por suerte para él, y para la sociedad, no se le aplicará la misma receta en caso de ser declarado culpable. Como ya lo fue cuando dejó tetrapléjico a un policía. Un tipo lamentable. Como lamentable fue que el alcalde de Zaragoza evitara aplaudir para rendir homenaje al asesinado y seguir de ese modo alentando el recelo sobre un símbolo y sobre quienes se muestran orgullosos de él por muy alejados ideológicamente que estén. El ciclón Ana, sí, se llevó muchas banderas de los balcones, pero el odio lo dejó intacto detrás de demasiadas ventanas.

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