martes, 16 de enero de 2018

El feminismo es... por Pablo Bujalance

No deja de resultarme sospechosa la mayoritaria inclinación a denunciar los abusos y los errores del feminismo frente al reconocimiento de sus logros, que no son precisamente pocos. Especialmente porque de esos logros nos beneficiamos todos, en la medida en que han permitido dar pasos bien concretos hacia una sociedad más justa. Poner como cebo el puritanismo a ver cuántas feministas pican es un truco muy viejo pero eficaz, por cuanto da por sentada una imagen del feminismo que, en la argumentación a favor o en contra del puritanismo, termina dándose por sentada. Mientras debatimos sobre qué maneras de toquetear a la compañera se corresponden o no con el abuso (yo, la verdad, no defendería nunca un manifiesto sobre el derecho a importunarme: ande y vaya usted a importunar a su santa madre), damos por hecho, sin más, que el feminismo es cosa de cuatro señoras rancias, enjutas, fracasadas y con el arroz pasado. Así que desacreditar el feminismo vinculándolo con el puritanismo sería como desacreditar el racionalismo crítico porque a Karl Popper le olían los pies. Del mismo modo, aborrecer del feminismo porque bajo su bandera se procesionan chochos y se incita a la caza de brujas significa errar el tiro tanto como se ha errado con el cristianismo. Ambos, por cierto, son humanismos.


Y sé que esta comparación no gustará a muchos. Pero igual que ser cristianos no nos obliga a compartir los discursos ni los procedimientos de todo aquel que se dice cristiano, ser feministas tampoco nos obliga a dar por buenas todas las acciones de quienes se declaran fervientes feministas. Por más que lo sean. La cuestión es otra. La lucha del feminismo tiene que ver con la igualdad. Con la convicción de que las mujeres son iguales a los hombres en derechos, oportunidades, obligaciones, aspiraciones y horizontes. De que, como los hombres, son sujetos inviolables cuya dignidad debe ser, siempre, respetada. De que la cosificación de las mujeres y su sometimiento al capricho del varón hace daño a las propias mujeres, claro; pero también a toda la sociedad en cuanto se normalizan en ella conductas inaceptables. Entonces, es muy fácil: o se es feminista, o no se es. Y no ser feminista, renunciar a la aspiración de la igualdad, significa incurrir en el machismo. Corregir la desigualdad es una cuestión de justicia. Esperar méritos iguales de todas las mujeres sin esta corrección se llama cinismo.

Pablo Bujalance

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