viernes, 19 de enero de 2018

Éxtasis y gloria del Barroco sintético ... por Pablo Bujalance



Uno no tenía más remedio que acordarse de Carles Santos y celebrar que la llama sigue vive. Lo que Miki Espuma y La Fura dels Baus han hecho con Bach y la cerveza viene a ser una feliz respuesta a lo que Santos lió con Rossini y los canelones: al cabo, la constatación de que al mundo de la música clásica le sobran algunas catequesis y de que el rock n'roll nació mucho antes de Bill Haley. La Cantata de los campesinos que Bach estrenó en 1742 sirve a Espuma y a su compinche David Cid para montar una verdadera fiesta dieciochesca que, más allá de la intención decidida de invitar al compositor a que descienda del pedestal y se tome unas cañas, ahonda en los mimbres del Barroco hasta alcanzar el éxtasis, con una confluencia/síntesis de lenguajes musicales y escénicos que devuelve al espectador a aquella estética de manera íntegra, sin fisuras.
El grupo Divina Mysteria va tejiendo la cantata (dirigido por un extraordinario Pavel Amilcar al violín, si bien la categoría de todos los maestros aquí reunidos es de órdago), mientras dos voces solistas, soprano y barítono, aportan enjundia dramática a los versos de Picander con prodigiosa afinación y solvencia. Al mismo tiempo, mientras unas proyecciones alucinógenas (después de un sugerente prólogo de sombras) inundan la escena, Miki Espuma se lo pasa en grande con sus sintetizadores, charangos y el instrumental agrícola que hace sonar con estrépito. Pero para que no haya dudas de la querencia barroca, Espuma aprovecha el mínimo compás ternario para introducir el flamenco por derecho (en una afortunada reivindicación del género como depositario de la mayor tradición musical europea): y ahí que se luce la cantaora Mariola Membrives, soberana, bien templada, espléndida en cantes como el martinete y en fértil comunión con el ensemble. Miguel Ángel Serrano pone el baile, el taconeo, el mimo, la tragedia, la comedia, una técnica admirable. Un momento: Bach ha sido liberado. Pues claro. Estamos en Free Bach 212. La cantata, así registrada en el canon BWV, ha surtido sus etílicos efectos.

Ciertamente, el montaje es uno de los más divertidos de cuantos ha parido La Fura dels Baus. Su humor es contagioso, vivaz, pantagruélico, como cuando unas vacas rumiantes proyectadas en la gran pantalla evocan la vida campesina para la que Bach rinde sus musas. En su fórmula de concierto, quizá el primer valor del montaje es la disciplina que oculta bajo su apariencia delirante: la ejecución instrumental resulta apabullante en unos músicos que no paran de bailar, de desplazarse, de retarse, de interactuar y de llevar de acá para allá violas y violines; el barítono se suelta la melena en la folía y rapea con un flow endemonido a ritmo de danza galante para pedir a gritos un cambio de gobierno (sí, la Cantata, dedicada en su día a un nuevo gobernador de la hacienda, entraña también una denuncia de la corrupción) a la vez que Miki Espuma hace vibrar su charango barroco. La exultación final de la cerveza en la taberna se desplazó al hall del teatro. Todavía dura. Libre y carnal.

Pablo Bujalance

No hay comentarios:

Publicar un comentario