“Las mujeres siempre han sido graciosas. Sólo que cada éxito es considerado una excepción y cada fracaso una confirmación de la regla”. Así resumía la tradicional invisibilidad de las mujeres humoristas Yael Kohen en la introducción de We Killed: The Rise of Women in American Comedy, una historia oral dedicada a trazar la emergencia de las mujeres en la escena del humor de Estados Unidos que cualquier admirador de la reciente The Marvelous Mrs. Maisel (Amazon) debería leer. El libro, publicado en 2013, había nacido como reacción a un discutido ensayo que el literato Christopher Hitchens publicó en Vanity Fair con el asombroso título de “Why Women Aren’t Funny”. El texto de Hitchens se publicó en 2007, y desde la perspectiva de una década más tarde, todo esto parece historia muy antigua, salvo cuando te pones a pensar y te das cuenta, como contaba la guionista Isa Sánchez en un agudo texto, que la voz de las mujeres en televisión es todavía menos audible de lo que nos gustaría pensar.
Y es que es verdad que en el 2017 han pasado muchas cosas. La principal fue que en enero tomó posesión como ser humano con más poder nuclear del planeta un hombre que había reconocido en televisión que una de sus herramientas “de seducción” era agarrar los órganos sexuales de las mujeres sin su permiso. En febrero, con la victoria de Trump algo más digerida, Lena Dunham hizo regresar a la conversación cultural el tema del abuso de poder masculino (sexual y de otro tipo) con el capítulo de la última temporada deGirls titulado “American Bitch”. En marzo las manifestaciones del Día Internacional de la Mujer fueron históricas, en número y en presencia de mujeres jóvenes. A final de abril llegó a Hulu la esperada adaptación de “El cuento de la criada” de Margaret Atwood, The Handmaid’s Tale, cuyo valor icónico se hizo evidente cuando empezaron a proliferar las túnicas escarlatas y las cofias blancas en manifestaciones feministas. En septiembre, The Handmaid’s Tale y Big Little Lies triunfaron en los Emmy, demostraron que el feminismo ya se había convertido en mainstream (como se apreció en la respuesta defensiva e infantil por parte de los neoreaccionarios de turno). En octubre estalló el escándalo de Harvey Weinstein, al que siguieron en noviembre los escándalos de Dustin Hoffman, Matthew Weiner, John Lasseter y unos cuantos más (los podéis seguir en la página de la Wikipedia “Efecto Weinstein“, que se actualiza con apreciable regularidad).
Aprovechando el hashtag #MeToo, las mujeres empezaron a contar sus historias de acoso y abusos, y algunas a darles su apoyo simplemente haciendo saber que a nosotras también nos había pasado. Y resultó que entre esos macho-showrunners tan glorificados (recordemos el mítico libro Hombres difíciles, donde las mujeres eran un pie de página), había unos cuantos acosadores. Y así llegó el turno de Louis CK de la mano de un artículo de The New York Times. Aunque lo de Louis CK ya había dado hasta para un poco disimulado estacazo en un capítulo de la segunda temporada de One Mississippi, todo el mundo fingió sorpresa ante unas acusaciones que ponían en contexto su representación de las mujeres y de sus propias parafilias sexuales. Pero el caso hizo especial daño porque, maldita sea, Louis CK es un tipo con talento. Así que mientras unos lamentaban la pérdida de esas grandes obras que estos hombres pequeños ya no iban a poder hacer, otras preferíamos preocuparnos por las obras no natas de todas esas mujeres cuyas carreras fueron destruidas por acosadores antes de tener la oportunidad de brillar.
Bridge, Larry y Tutu
Este repaso al 2017 viene a cuento porque tuvo todo el sentido del mundo que el año serial se cerrase el 31 de diciembre con la emisión del último capítulo de la primera temporada de SMILF, la comedia semi-autobiográfica de Frankie Shaw que llegó casi sin avisar a final de octubre para convertirse en una de esas gemas que aparecen de vez en cuando: un iluminador fresco de la vida contemporánea y a la vez histéricamente divertida. Emitida en Estados Unidos por Showtime y en España por Movistar+, SMILF tiene una premisa simple que se resume en su título, que viene a significar “Madre soltera a la que me gustaría tirarme” (“Single Mother I’d Like to Fuck”). Bridgette/Bridge es una mujer blanca soltera que no busca otra cosa que tirar para adelante un día más con su hijo a cuestas. El niño en cuestión se llama Larry Bird por la obsesión de su madre con el baloncesto, al que se podría haber dedicado de forma profesional en una de las muchas frustraciones que lastran su vida. Todas ellas cristalizan en una punzante escena del capítulo 6 en la que Bridge confiesa a su madre Tutu (una magnífica Rosie O’Donnell) su temor a llegar a su edad sin haber hecho nada significativo con su vida. Adora a su hijo pero la maternidad no la satisface plenamente, una afirmación realizada sin un ápice de culpabilidad o arrepentimiento a lo Orna Donath. Simplemente, no es suficiente para alguien que quiere tener algo “para ella misma”. Bridge quiere salir los fines de semana, ligar y pasárselo bien, pero acaba entregándose al onanismo y a encuentros tan fugaces como poco satisfactorios (demostrando que a veces, en algunas cosas, no hay mejor compañía que la propia).
En plena emergencia del movimiento #MeToo, el capítulo “Half a Sheet Cake & A Blue-Raspberry Slushie” fue un nuevo ejemplo de la capacidad de la ficción televisiva para reflejar de forma inmediata el aire de los tiempos
Pero no es sólo su visión de la maternidad y del sexo lo que convierte en SMILF en tan interesante, por mucho que buena parte de su irreverente humor se derive de ello. Bridge es pobre, lo cual significa que tiene que viajar con su hijo en transporte público, no se puede permitir contratar a nadie para que cuide de él mientras va a audiciones y entrevistas de trabajo y le dan pavor los finales de mes y las festividades, porque significan facturas y regalos que no sabe si va a poder permitirse. No hay que olvidar una realidad acuciante: las mujeres son más pobres porque tienen más dificultades para encontrar empleos y progresar en ellos, son mayoritarias en el empleo temporal y a tiempo parcial y, además, cobran menos. Bridge depende de su madre para cuidar de su hijo, algo que debe sonar a toda una generación de abuelos-niñera. Cuando en el penúltimo capítulo Bridge tiene que pasar su día libre con Larry Bird ante la depresión de su madre, su frustración por la maternidad y su miedo a fracasar en ella se combinan en un retrato sincero y descacharrante. En una escena particularmente ácida, Bridge cae en la cuenta de que Larry Bird no está deprimido, simplemente tiene hambre porque se ha olvidado de darle de desayunar y almorzar. Y es que esa es la tarea habitual de una madre derrotada por la vida que parece uno de los casos de los que hablaba Monica Potts en su citado artículo “What’s Killing Poor White Women?”.
Aunque sea una comedia, SMILF tampoco rehúye de la violencia que sufren las mujeres de manera cotidiana. El tercer capítulo, “Half a Sheet Cake & A Blue-Raspberry Slushie”, trata de los esfuerzos de Bridge por conseguir un dinero extra, lo que le lleva a aceptar un encuentro amistoso con un hombre a cambio de 300 dólares. El hombre en cuestión resulta amable y comprensivo, y Bridge comienza a fantasear con la posibilidad de un amor romántico sacado de una fantasía de Disney. Sin embargo, cuando aprovechando el clima de confianza Bridge siente cómo le mete la mano en la entrepierna, su rostro refleja en apenas unos segundo sorpresa, decepción e ira. Y su reacción no puede ser más contundente. Emitido a final del mes de noviembre, en plena emergencia del movimiento #MeToo, “Half a Sheet Cake & A Blue-Raspberry Slushie” fue un nuevo ejemplo de la capacidad de la ficción televisiva para reflejar de forma inmediata el aire de los tiempos. Y, en este caso, de hacerlo de una forma especialmente aguda. Imaginad por un momento a las actrices víctimas de Harvey Weinstein: ricas, populares y en algunos casos descendientes de la realeza de Hollywood. Y a pesar de ello, condenadas al silencio. Ahora imaginad el margen de acción ante el acoso de una mujer pobre que saca a su familia adelante con un trabajo mal pagado que tardó muchos meses en encontrar. SMILF hace comedia de la tragedia.
La serie tiene una historia curiosa detrás, porque su origen no es un piloto al uso, sino un cortometraje de 2014 premiado en el Festival de Sundancedonde Frankie Shaw volcó sus experiencias como madre soltera y actriz en ciernes. Para entonces, gracias a su trabajo en Blue Mountain State y Mr. Robot, era un valor televisivo en alza, y el proyecto acabó en manos de Showtime, cuyas apuestas por las historias creadas por mujeres siempre han sido más decididas y valientes que las de HBO. Si SMILF muestra las ventajas de la sororidad en sus capítulos (por ejemplo, la nueva novia del padre del Larry Bird no es una rival, sino una aliada de Bridge), también eso se ha manifestado tras las cámaras, de forma que Shaw ha compartido tareas de dirección con Leslye Headland (Despedida de soltera) y Amy York Rubin(Little Horribles). Y así es como poco a poco la televisión contemporánea se ha convertido en un lugar donde estas “narrativas del yo” creadas por mujeres han encontrado en lugar ideal para florecer, desde Fleabag a Insecure pasando por One Mississippi y Better Things.
Escrito por Concepción Cascajosa en enero 2018.
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