Podemos decir como el del chiste: el arte es morirte de frío. Pero cabe recordar que el lema favorito de los gurús del arte contemporáneo es bastante más explícito: esto es arte si tú quieres que lo sea. A raíz de la polémica desatada en ARCO, de cuya naturaleza reaccionaria un servidor siempre sospechó (se trata, al cabo, de exhibir y sobre todo de vender los órdagos lanzados por ciertos artistas contra los poderes establecidos y las buenas costumbres como si fuesen rarezas, con el mismo criterio museístico, de exhibición de atrocidades, por el que Stalin decidió dejar en pie las más espléndidas catedrales rusas) han cundido los debates sobre si la pieza de Santiago Sierra es arte o no lo es. Y parece que resiste la idea según la cual la razón del arte es, todavía hoy, de índole estética. Pero no, hace mucho tiempo que los artistas dejaron de trabajar con valores tipo más bonito o más feo (a saber lo que quiere decir eso) o más o menos currado. Desde que Picasso le dio el último estoque al asunto no se persigue la admiración del que se detiene ante la obra de arte, sino su complicidad en pro de un diálogo interno. Si aplicáramos criterios estéticos a la obra retirada de Santiago Sierra, sólo podríamos concluir que es una mierda. Pero si entramos en el mundo que Sierra propone, recibimos una invitación a reflexionar sobre la misma categoría de presos políticos, las consecuencias de la exposición mediática de los así llamados y, especialmente, los mismos límites de la libertad de expresión. El artista no crea una obra para dar cuenta de su arte: interviene en el espacio para dotarlo de significado, con o sin permiso, y para obligar a quien pasa por ahí a hacerse preguntas. Por eso hoy el arte se encuentra más cerca de la filosofía (ambas disciplinas operan con los mismos objetivos ideales y únicamente difieren en los instrumentos: los filósofos operan con conceptos y los artistas con soportes plásticos, o con la ausencia de los mismos, que también es una forma de incluirlos) que de lo que una vez fueron la pintura o la escultura, aunque no renuncien a ellas. Eso sí, ya quisiera Zizek cotizar al alza en ARCO.
De modo que despachar el asunto bajo la premisa de que la obra de Sierra es muy mala significa no haberse enterado de la película. Por otra parte, claro, igual hay que temer un poco a toda esa legión de artistas locos por exponer en cualquier sitio para obligarnos a todos a reflexionar. Oiga usted, no: déjeme reflexionar a gusto en mi casa, con mis libros, para forjar mi propia visión del mundo, y luego ya veremos. Los artistas son de alguna forma los nuevos pontífices, especialmente desde que las municipalidades decidieron darle alas al arte urbano (en Málaga sabemos de esto un rato), con lo que ya no se limitan a los museos, sino que te plantan su intervención en la misma puerta de tu casa sin que te des cuenta. Difícilmente se puede tener un ego más grande que el de Invader: la aspiración a que te vea todo el mundo, pasando por encima de la ordenación, encierra cualidades totalitarias. Un servidor prefiere al neandertal que hace 65.000 años dejó sus manchas rojizas en la Cueva de Ardales. Venga, un abrazo.
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