Ya nadie cree que la corrupción no fue generalizada en el PP, ni que sus dirigentes no estaban al tanto de lo que ocurría
El pasado siempre vuelve dos veces. Por lo menos. Así deben de pensar en el Partido Popular viendo cómo un día sí y otro no antiguos dirigentes del partido cantan como tenores en los juzgados lo que durante mucho tiempo negaron como los protagonistas de aquella novela de James M. Cain que llevaron al cine, entre otros directores, Tay Garnett en 1946 —con John Garfield y Lina Turner como actores— y Bob Rafelson en 1981, con Jack Nicholson y Jessica Lange: El cartero siempre llama dos veces.
Durante años, la consigna del Partido Popular fue apelar a la justicia cada vez que surgía un nuevo caso de corrupción sabiendo que su esclarecimiento se dilataría en el tiempo (el propio PP se encargó de que fuera así en muchos casos personándose en los procedimientos para poner palos en las ruedas de la instrucción) y, ahora que ya comienzan a celebrarse los juicios y a aflorar toda la podredumbre negada durante años, la orden es afirmar que todos esos escándalos corresponden a un pasado lejanísimo. Curiosa forma de entender la responsabilidad política por parte de un partido que acostumbra a exigírsela a los demás en cuanto tiene ocasión.
Pero su problema (y el de su presidente) es que la gente tiene memoria y, aunque hayan pasado ya años desde que se destaparon los casos de corrupción, recuerda quiénes fueron sus protagonistas y lo que dijeron entonces para negar la evidencia, comenzando por el presidente Mariano Rajoy. Así que el pasado regresa de nuevo como el cartero de la novela de James M. Cain y les pasa factura, como demuestran últimamente los sondeos de opinión, que le auguran al Partido Popular un batacazo cada vez mayor a medida que se suceden los juicios por su corrupción pasada. El que sean antiguos dirigentes, ministros y consejeros con poder dentro del partido, los que confiesan arrepentidos (por su interés, claro está) las corruptelas de este acentúa todavía más la desairada situación de todos. Ya nadie cree en España, ni siquiera los votantes más leales al PP, que la corrupción no fue generalizada en él, ni que sus dirigentes, del primero al último, no estaban al tanto de lo que ocurría. Y lo de que pertenece al pasado se lo toman como otra broma de Rajoy, un presidente que ya no hace gracia a nadie, más bien empieza a producir lástima con su aspecto de boxeador sonado que intenta salir de las cuerdas dándole puñetazos al aire a falta de capacidad para reaccionar. Sólo le falta exclamar como Cora, la de El cartero siempre llama dos veces, cuando se empieza a sentir acorralada por la policía: “¡Estoy harto de lo que está bien y de lo que está mal!”.
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