sábado, 24 de febrero de 2018

Gay Talese: “La política me repele, está enviciada, alejada de las necesidades de la gente”

Gay Talese repasa su libro ‘El puente’, que se publica en España 50 años después de su edición en inglés
“Soy un escritor lento, no tomo atajos, doy lo mejor de mí mismo”, afirma


Gay Talese es delgado y algo traslúcido. Traje de tres piezas, zapatos de 3.000 dólares (2.400 euros) y, en la mano, un sombrero color crema del que en cualquier momento pueden salir Frank Sinatra y su voz de platino. La leyenda viva del nuevo periodismo aguarda en el bar The Champagne del decimonónico Hotel Plaza, en Manhattan. “Si uno se viste para un funeral, por qué no vestirse para la vida”, sentencia. Hoy está de buen humor. Ha venido a hablar de El puente, el libro que Alfaguara publica ahora por primera vez en español. La obra describe las historias humanas que rodearon el levantamiento del puente que une Brooklyn con Staten Island. Considerada una de las cumbres del periodismo del siglo XX, han transcurrido más de 50 años desde que Talese la escribió. Tiempo suficiente para emitir juicio.

Pregunta. ¿Qué ha sentido al releerla? : 

Respuesta. Pues me he vuelto a ver a mí mismo, he vuelto a visitar mi juventud.


P. ¿Y le ha gustado?

R. Sí, claro. Mire, mi vida son los otros. Yo me he conocido conociendo a otros; me he descubierto descubriendo a los demás. Y en este libro los he vuelto a reencontrar.

P. ¿Y pasado todo este tiempo, no cambiaría nada?

R. No. Soy un escritor lento, primero recojo mucha información, luego escribo y reescribo hasta que no puedo más. Pero no tomo atajos, doy lo mejor de mí mismo. No me arrepiento de lo que hice.

P. ¿Y cómo dosifica tanta información?

R. Busco una escena y luego desarrollo la película. Todo lo que escribo tiene una imagen. Pero lo más difícil no es eso, lo más difícil es hacer fácil la lectura.

P. Pues un puente no parece un tema fácil.

R. Me gusta escribir sobre gente real, haciendo cosas reales. Eso es El puente.

EL MOTEL DEL VOYEUR Y LA MAFIA

Aquello estaba destinado a ser el gran reportaje final de Gay Talese. Era la increíble historia de Gerald Foos, el dueño de un hotel que había espiado durante décadas a sus huéspedes y al que Talese llegó a visitar a principios de los ochenta. Cuando en 2016 salió a la luz El motel del voyeur, la espectacular historia fue puesta en duda por medios como The Washington Post. La crítica se basaba en que Foos había mentido sobre la posesión del establecimiento y la comisión de un crimen (no denunciado) en sus habitaciones. Talese, en un primer momento, abominó de su propia obra. Pero meses después, rectificó.

“Cuando se me fue la decepción, me di cuenta de que las mentiras de Foos no afectaban a mi libro, de que lo publicado se mantenía. Y por eso lo defiendo”, explica el autor. “Me ha pasado mucho, eso de estar abajo y arriba. Me ocurrió cuando en Honrarás a tu padre escribí sobre la Mafia, entonces me criticaron por ser demasiado amable. Y no lo era, pero no me gusta matar a la gente, me preocupo sobre quienes escribo, no voy con un hacha en la mano”.

P. Y su técnica, ¿ha cambiado desde entonces?

R. Tengo 86 años y soy la misma persona que cuando tenía 26. Tomo notas en trozos de cartón y nunca delante de la gente. No quiero intimidarla. Converso con ellos y luego, cuando me quedo solo, me apunto aquello que me ha interesado. Si quiero saber más, vuelvo al día siguiente. Trabajo igual que hace 60 años.

P. ¿Sin teléfono móvil?

R. No me hace falta. Si quiero hablar con alguien, prefiero hacerlo personalmente. Cuando empezaba en The New York Times, un viejo redactor jefe nos dio un consejo; para un reportaje, quédense lejos del teléfono, vayan a los sitios y conozcan a la gente. En aquellos años, el teléfono también era tecnología…

P. Deduzco que tampoco usará las redes sociales.

R. Directamente no las entiendo.

Talese está sentado en un silloncito de terciopelo dorado. Se ha puesto cerca del periodista para no forzar la voz. En los altavoces de The Champagne se van alternando Billie Holiday y Duke Ellington. Los camareros, preocupados por la intimidad de su clientela, no permiten hacer fotos. Ni siquiera a mister Talese y su sombrero crema. A él no parece importarle. Ha pedido un café con leche que acompaña con dos galletas de chocolate y una conversación amable en la que no deja de asaetear a preguntas al entrevistador. Sobre su familia, su trabajo, sus lecturas, su vivienda... Lo hace cuando ya hay cierta confianza y entregando siempre a cambio pequeñas virutas de su vida, anécdotas de sus hijas y su esposa, de sus años de oficio. Hablar es para Talese, como él reconoce, una terapia. Una forma de vida. Y le gusta hacerlo con la “gente normal”. No se olvida, dice, de sus orígenes inmigrantes: su padre, un sastre italiano; su madre, una modista. Solo al recordar las dificultades de los trabajadores se le quiebra, a él, el hombre de los zapatos de 3.000 dólares, la voz. “Hay demasiados ricos en este país”, dice. La pregunta se vuelve inevitable.

P. ¿Por quién voto?

R. No voté por Donald Trump ni Hillary Clinton. Prefiero a Bernie Sanders. Pero la política me repele, está enviciada, alejada de las necesidades de la gente común.

CON CORBATA Y SIN TUTEO

Gay Talese tiene sus propias reglas. Le irrita el tuteo y espera que a la entrevista acudan con corbata. “Me gusta la formalidad; le dignifica a uno y a la profesión. Ante la gente hay que ser respetuoso y no asumir una familiaridad que no se tiene”, explica con ojos vivaces.

P. ¿Y qué opina de la cobertura de Trump?

R. Terrible. No hacen más que escribir la misma historia. Todos los días, Trump, Trump, Trump. Trama rusa, trama rusa. Pero no leo nada sobre América y su gente. Todo gira en torno a Washington. Les resulta demasiado fácil. Lo odian pero están seducidos por Trump. Deberían sacar a esos periodistas de la Casa Blanca y diseminarlos por el país.

P. ¿Y Trump qué le parece?

R. Le han satanizado; es el diablo, fornica, miente, engaña. Y es fascinante ver cómo él persevera. Uno se pregunta cuánto puede durar y seguir creyendo en sí mismo. Porque el día en que deje de hacerlo, no tendrá más salida que dimitir. Pero hay que tener cuidado con criticarle constantemente. Puede parecer que el único malo del mundo sea Trump. Pero nadie es inmaculado.

Talese se ha atragantado. Tose sin perder la compostura y sigue por otros derroteros. Fiel a su mundo, admite que no le interesan las ediciones digitales. “Es todo demasiado fácil, no se busca la lectura”. Su momento sagrado, explica, llega a las siete de la mañana, cuando se levanta a por los periódicos de papel y se sienta a leerlos sin hablar con nadie. Los devora como cuando era un adolescente. Desde la primera página a la última. Economía, Deportes, Política, Cultura… Todo, todo.

P. Si volviera a nacer, ¿sería periodista?

R. No sé qué otra cosa podría hacer.

“HAY QUE DENUNCIAR EL ACOSO, PERO SIN DEJAR DE TENER CUIDADO”

Gay Talese (Nueva Jersey, 1932) vive días agitados. Defendió al actor Kevin Spacey cuando surgieron las primeras acusaciones de acoso sexual, proclamó en un foro que solo una mujer —Mary McCarthy, autora de El grupo— había influido en su prosa, y con el #MeToo no ha dejado de alertar de los riesgos de una caza de brujas. Talese es consciente del incendio que ha prendido y trata de defenderse. “Me equivoqué con las palabras. Con Spacey no tenía ni idea de que eran tantos los casos de acoso ni entendí lo que realmente querían preguntarme; solo quise señalar que todos tenemos algo de qué avergonzarnos, incluso el Dalai Lama. Y con las mujeres, pues mire, yo de joven quería ser periodista de Deportes y no había mujeres dedicadas a ello, si llego a saber que en realidad me estaban preguntando si las odio, habría contestado que por supuesto que no. Pero el error voló por Internet y no hubo forma de pararlo”.

—¿Apoya el #MeToo?

—Tengo esposa y dos hijas. Mi propia mujer sufrió un caso cuando era joven. No hay que tolerar a los depredadores, desde luego que no. Harvey Weinstein, Charlie Rose y Spacey lo son. Pero tampoco hay que dejar de tener cuidado; muchas denuncias se están solventando en televisión y en Internet; y se ha despedido a gente que no había hecho nada, a gente inocente sin darle posibilidad de defensa. Ahora, en una oficina, es fácil caer en problemas.

—Pero habrá que denunciar el acoso ahí donde se ve, ¿no?

—Por supuesto.

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