martes, 6 de febrero de 2018

Los malos ... por Lorenzo Silva

Han causado cierto revuelo las declaraciones del actual jefe de la UCO, y veterano de la lucha antiterrorista, el coronel de la Guardia Civil Manuel Sánchez Corbí, a propósito de la reacción que ha suscitado el libro 'Sangre, sudor y paz', del que es coautor con quien esto firma (lo que conviene advertir de entrada para que el lector lo tenga presente). Preguntado en una entrevista en La Vanguardia sobre el particular, ponderaba el coronel el hecho de que «los malos» no hubieran presentado objeciones al relato que sobre la lucha contra ETA se contiene en la obra citada. Al pedírsele que aclarase quiénes eran «los malos», en una primera versión de la entrevista se incluían entre comillas alusiones a la Iglesia vasca y el PNV, lo que motivó, y resulta comprensible, la dura reacción del portavoz de este partido en el Congreso, Aitor Esteban. Poco después, el propio entrevistador, Víctor Amela, ha rectificado esa primera transcripción, dejando claro que el entrevistado no hizo la equiparación inicialmente publicada.

Como suele suceder, la rectificación ha pasado mucho más inadvertida que el texto rectificado, y es de justicia, sobre todo para quienes conocemos bien al coronel Sánchez Corbí y hemos trabajado durante dos años codo a codo con él en la redacción del libro, hacer constar que jamás, ni aun en privado, le hemos oído hacer semejante equiparación (que tampoco se hace, por cierto, a lo largo de las más de quinientas páginas de la obra). En un país proclive a ajusticiar sumarísimamente a cualquiera a las primeras de cambio, con razón y sin ella, es importante aclarar estas cosas y, ya que estamos, puede servir para una reflexión que vaya más allá. Como dice la transcripción rectificada de la entrevista, los «malos» fueron «los etarras, los batasunos y quienes los aplaudían». Es un hecho no sólo objetivo, sino declarado por la justicia, que acabó ilegalizando a Batasuna con el respaldo jurídico del mismísimo Tribunal de Estrasburgo.

Nadie ha pretendido extender más allá, nunca, el perímetro de la acusación. Quienes estaban de más en nuestra convivencia democrática eran quienes se autorizaban a creer que el homicidio era una herramienta válida de propaganda política. Ahí no ha estado nunca el PNV, por fortuna, aunque en algún momento mantuviera actitudes o ensayara estrategias que cabe criticar, por cuanto pudieron suministrar oxígeno a los terroristas (algo de lo que por cierto, y así se cuenta en el libro, no estuvo exento ni siquiera el propio Estado). En todo caso, eso es el pasado, que ha de recordarse, y contarse, y generar controversia, claro está, porque nunca hubo, ni habrá, un relato pacífico de la Historia. Lo que importa, hoy, es que esos malos quedaron superados: ya nadie aspira a vencer al adversario político asesinándolo.

Lorenzo Silva
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