La idea básica de todo sistema imaginario inventado por el poder es que tienes una recompensa al final del camino, así que más te vale portarte bien, dar tus pasitos de buen ciudadano, no pecar, actuar todo el rato contra lo más básico de tu naturaleza humana -que es esencialmente animal-, y todas esas pamplinas que forman el día a día de nuestra vida en sociedad. Ya hemos hablado aquí de cómo los mitos son esenciales para la colaboración. Esas men-tiras básicas que los humanos inventamos para poder confiar los unos en los otros, para que completos desconocidos puedan colaborar en un propósito común, porque ambos creen en el mismo mito.
Como, por ejemplo, las pensiones. Esa zanahoria al final del camino que te garantiza unos ingresos al final de tu vida para que puedas gozar de un merecido descanso tras toda una vida trabajando, produciendo y, lo más importante de todo, cotizando. Que para el señor Montoro nuestra condición de homo sapiens es irrelevante, solo el homo cotizandis ostenta la valía suficiente para merecer atención. España, ya lo hablamos alguna vez, es, como todos los Estados del mundo, una mentira, un orden imaginado, en oposición a un orden natural. La gravedad es un orden natural, no se va a romper mañana. Un orden imaginado se halla siempre en peligro de desmoronarse, porque depende de mitos, y los mitos se desvanecen cuando la gente deja de creer en ellos. Con el fin de salvaguardar un orden imaginado, o de sustituirlo por otro que convenga a otros diferentes, es obligado realizar esfuerzos continuos y tenaces para que usted y yo, que somos homo cotizandis, sigamos empujando el carro de España a base de empujar el carro de la compra y el carro de nuestra empresa, o viceversa.
Cuando al mito de las pensiones se le ve demasiado su costura mitológica, sus puntadas de mentira, el gobierno de izquierdas reacciona endeudando al país y el gobierno de derechas reacciona pidiendo que ahorremos. Las dos posturas son igualmente desastrosas, porque el homo cotizandis piensa, y con razón, que él o ella ya lleva metiendo dinero en la hucha desde que le salieron pelos en las partes, y que ha sido el Estado quien tenía que haber ahorrado o no habernos metido en deudas.
Podríamos vivir sin ejército, sin diputaciones o sin una rotonda cada cincuenta metros, pero no podemos vivir sin garantizar a nuestros mayores unas pensiones dignas. No, porque el homo cotizandis piensa «para qué», y empieza a razonar que los impuestos los debería pagar la santa madre del señor ministro de Hacienda, o de los sucesivos jefes del Ejecutivo que le han ido metiendo mano a la hucha de las pensiones. Y seguramente esas pobres mujeres tengan una pensión de mierda, así que no creo que puedan sostener ellas solas el mito que debemos sostener los 17 millones de homo cotizandis que cada mes recibimos nuestro estacazo en la nómina.
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