Ni siquiera hay opción para seguir el consejo de otro tipo habilidoso -esta vez con la cabeza, no con los pies-, Samuel Beckett, cuando escribió aquello de «Fracasaste. No importa. Inténtalo de nuevo. Fracasa otra vez. Fracasa mejor». El fracaso del equipo que representa a la ciudad sí importa, no hay opción para intentarlo de nuevo y si se fracasa otra vez será no para cumplir un supuesto naufragio épico o estético sino para desaparecer o quedarse en un limbo deportivo. Un limbo deportivo que también lo es social y económico. El fútbol, por mucho que se empeñen los teóricos de la cosa, no es fútbol. Es fútbol y bastante más. De eso, parece que solamente de eso, sabe mucho el jeque Abdullah Al-Thani, que llegó por estas tierras dispuesto a frotar una lámpara de Aladino y a obtener unos beneficios que no han sido los esperados.
El mago de la lámpara no pasaba de ser un prestidigitador de barraca. Además estaba limitado por las reglas de un país democrático y a trancas y barrancas vacunado contra ciertas celeridades en el mundo de los negocios. Muchos otros especuladores habían llegado antes que el jeque a ese puerto franco de las inversiones milagrosas. Se encontró con que el Málaga no era exactamente un caballo de Troya para entrar en la economía de la región, así que, frustrado y acostumbrado al duro sol de Catar y a la gobernanza de súbditos, decidió que él era el máximo entendido en balompié. Combinada su ciencia con la de Francesc Arnau, el barco blanquiazul se dirigió hacia los arrecifes entre los que ahora naufraga. Muebles salvarán pocos. Honra, ninguna. El jeque, cansado de que no le bailen el agua al ritmo que él soñaba, acabó despachándose con las autoridades locales y, ya echado al barro, acabó la grosera faena invitando a Francisco de la Torre y a Elías Bendodo a comer y beber gratis en su tierra. Sí, el fútbol es un ámbito donde se mezclan la frialdad del dinero y las pasiones identitarias y el deporte. Y también miserias como las de este jeque que aún ha elevado más alto el lema inverso de Zapatones. Por perder, ha perdido hasta la vergüenza
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