Qué antiguo y noble oficio el de dar explicaciones sobre las razones de lo que uno hace o dice. Qué rara y pretérita suena hoy la disposición a atender, con la exclusiva herramienta de la palabra, a los requerimientos de la opinión pública. Tanto se ha degradado el discurso, tan elevado es el ruido contrario a cualquier atisbo de significado, que el único argumento admitido por los hooligansde uno y otro bando es el zasca, la bofetada en la mejilla adversa, la humillación del contrario: cualquier idea que no entrañe al menos la ridiculización del disidente se olvida al instante. Lo sorprendente, a estas alturas, son las alternativas que los líderes están dispuestos a asumir con tal de no explicarse. ¿Por qué no se explica Pablo Iglesias ni expone sus razones, de manera sosegada y civilizada, en los muchos auditorios válidos de que dispone (y no me refiero a las redes sociales, claro: ahí no hay manera de escuchar nada), respecto a la polémica desatada en torno a su vivienda? ¿Por qué no comparecen Pablo Iglesias e Irene Montero y se limitan a decir algo tan fácil como éstos son nuestros motivos, entonces dijimos aquello, hoy decimos esto, hemos actuado así porque creemos que es lo mejor que podíamos hacer a tenor de tal circunstancia o tal otra? ¿Por qué, sencillamente, no se explican como hay que explicarse?
¿Y por qué organizan nada menos que todo un referéndum entre sus bases para obtener una legitimación? ¿Es que no son capaces de legitimarse solos? Si necesitaban un modelo para ver cómo se hace, lo tienen bien cerca: la carta abierta que publicó Kichi en este periódico podrá gustar más o menos, podrá parecer más o menos acertada en el tono, se le podrán hacer mil objeciones, pero al menos teníamos aquí a un político que explicaba sus razones. Y no ha pasado nada, nadie se ha muerto, aunque haya habido que aguantar la insolencia de Juan Carlos Monedero. ¿De verdad hace falta preguntar a los afines si Iglesias y Montero deben seguir o no en sus puestos? ¿Tanto les cuesta llegar a esa conclusión por sí mismos? ¿Y que pasará si el resultado de la votación es positivo para los líderes, darán entonces sus explicaciones o ya no hará falta? ¿Alguien se cree que la opción más honesta es el espejismo de la participación cuando son los mismos líderes los que deciden cuándo se llama a la participación y cuándo no? Qué pena que la política ya no tenga razón de ser si no es en la jauría virtual.
Explicarse es un gesto cabal, de personas adultas. Confiere autoridad a quien se explica y abre las puertas al apretón de manos. Aquellos eran otros tiempos, maldita sea.
¿Y por qué organizan nada menos que todo un referéndum entre sus bases para obtener una legitimación? ¿Es que no son capaces de legitimarse solos? Si necesitaban un modelo para ver cómo se hace, lo tienen bien cerca: la carta abierta que publicó Kichi en este periódico podrá gustar más o menos, podrá parecer más o menos acertada en el tono, se le podrán hacer mil objeciones, pero al menos teníamos aquí a un político que explicaba sus razones. Y no ha pasado nada, nadie se ha muerto, aunque haya habido que aguantar la insolencia de Juan Carlos Monedero. ¿De verdad hace falta preguntar a los afines si Iglesias y Montero deben seguir o no en sus puestos? ¿Tanto les cuesta llegar a esa conclusión por sí mismos? ¿Y que pasará si el resultado de la votación es positivo para los líderes, darán entonces sus explicaciones o ya no hará falta? ¿Alguien se cree que la opción más honesta es el espejismo de la participación cuando son los mismos líderes los que deciden cuándo se llama a la participación y cuándo no? Qué pena que la política ya no tenga razón de ser si no es en la jauría virtual.
Explicarse es un gesto cabal, de personas adultas. Confiere autoridad a quien se explica y abre las puertas al apretón de manos. Aquellos eran otros tiempos, maldita sea.
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