lunes, 28 de mayo de 2018

La 'caja B' ... por Antonio Ortín

Lo malo de la sentencia del 'caso Gürtel' no es la cascada de años que les han caído a pájaros como Bárcenas, Correa o Crespo. Ni siquiera el revuelo político posterior, con la moción de censura del PSOE, la instrumental de Ciudadanos y España otra vez en ese bucle infinito de inestabilidad política entre Cataluña y Madrid. Lo peor de la sentencia Gürtel es que constata todo un estilo, una forma de hacer política que está en el ADN de la democracia, frustrada ya aquella remota ilusión de la 'Libertad sin ira' y nuestra propia ingenuidad ciudadana de creer que quienes viven de la cosa pública están ahí sólo temporalmente para representarnos y hacerlo lo mejor posible.

Gürtel, como antes 'Nóos', 'Filesa', la instrucción de los ERE en Andalucía, la 'pastuqui' de Camps en el PP de Valencia, la formación fraudulenta de nuestros políticos al modo Cifuentes, la evasión masiva de la familia Pujol, los depósitos panameños de Zaplana o las comisiones del 3% es, al cabo, el método, la forma de estar en política. Claro que no se debe generalizar, sin duda. Pero, qué quieren que les diga, son tantos ya los 'casos aislados' que al final lo que uno ve es que los chorizos han cogido las mejores mesas del chiringuito y han dejado poco espacio para que se acomode la honestidad.





Y así nos va. Porque lo malo de la sentencia Gürtel es precisamente eso. Comprobar que el partido que gobierna tenía una 'caja B', una contabilidad opaca donde gestionaban los millones de euros de comisiones, amaños y sobresueldos de la tesorería oscura que sostiene el negocio, el verdadero modus operandi de la partitocracia.

Y así hemos crecido en el concepto de que la soberanía nacional está depositada en unas organizaciones políticas que, en realidad, ejercen de agencias de colocación para 'profesionales' de la actividad pública; gente sin retorno a un oficio, a un aula o a un despacho, que tiene el plato de lentejas en el carguito que le va buscando el partido en el ayuntamiento de turno, el gobierno regional que toca o en el siguiente destino que le espera tras una puerta giratoria. Y eso explica por qué hay tantos y tantos políticos que han llegado a un cargo público sin pasar antes por la casilla de salida de una vida normal, con un empleo convencional, con las dificultades de consagrar un puesto de trabajo, de pagar una hipoteca, de llegar a fin de mes. Llegan desde las juventudes y las nuevas generaciones al puestecito, con el carné en la boca y sin saber hacer la 'O' con un canuto. Y, eso sí, setenta técnicos alrededor para que le hagan el trabajo.

Esa es la lectura atroz de la Gürtel: la democracia de 'caja A', donde se supone que nos representan. Y la de 'caja B', que es de la que viven quienes dicen que nos representan.

Antonio Ortín 
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