Susana Díaz es la viuda desconsolada del poder. El poder es veleidoso y hace matrimonios quebradizos y siempre dispuestos a acudir al Tribunal de la Rota Romana para disolver lo que Dios y las urnas unieron. El tiempo de los caudillos eternos pasó y solo queda como un recuerdo brumoso o como recurso para que gente como Isabel Díaz Ayuso se empine sobre su propia estulticia e imprudencia para darnos su auténtica medida. Ahora viuda -roja y decente siempre-, Susana Díaz teme que haya un tocomocho en el metro soterrado al Hospital Civil y le exige a Moreno Bonilla un plan de viabilidad. El metro malagueño siempre fue origen de conflictos entre la Junta de Andalucía y el Ayuntamiento, o lo que es lo mismo, entre Susana Díaz y Francisco de la Torre. Todavía se pueden oír los ecos de Díaz lamentando que el alcalde pusiera piedras en el camino del suburbano.
En su viudedad, la diputada Díaz sigue con el desconsuelo y el sinvivir por tal obra y traspasa a Bonilla, el niñato que le arrebató la presidencia, la greña que mantenía con De la Torre. Desconfía, vela, inquiere y pide certificación y garantías. Muchas más de las que precisaba cuando el poder estaba en su lecho. Y es que el metro es una fuente de inquietud, un engendro que no solo horada la tierra, sino el alma de nuestros políticos, y el cuerpo de los ciudadanos de a pie, que ven cómo se acercan los preparativos de las obras con el mismo temor que si vieran llegar al mismísimo Godzilla levantando las calles, arruinando negocios y destruyendo años de paciente y humilde laboriosidad.
Tal es así que los habitantes y comerciantes de La Malagueta habrán respirado con alivio al saber que el monstruo no tomaba aquel rumbo, sino el del Civil. Una zona que se revitalizará, con la presumible necesaria obra del nuevo hospital, pero que previamente habrá de padecer el caos. El esplendor del futuro se paga hoy y al contado. Los vecinos de la ahora espléndida Alameda saben mejor que nadie cómo las gasta el monstruo. Francisco de la Torre también lo sabe. Por eso quiso dar un poco de árnica a la ciudadanía en un programa televisivo de esta casa reconociendo que los malagueños necesitan algún reposo después de tantos años de inacabables obras. Buenas palabras, buenas intenciones cuando media ciudad sigue discurriendo entre trincheras ya enquistadas, vemos cómo se derrumba aquel viejo palacio de los sueños que fue el cine Astoria dejando paso a un enigmático solar y los cataríes anuncian un desembarco millonario en el controvertido rascacielos del puerto. Plegarias para que no sean parientes del jeque Al-Thani y rezos para que el cielo nos dé fuerzas para seguir deambulando por una ciudad que no deja de demandar a sus habitantes más y más energía en su carrera de obstáculos hacia la prosperidad y, a ser posible, hacia esa eficacia que doña Susana Díaz, abadesa desconsolada de Las Cinco Llagas, reclama.
Antonio Soler
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