Una ola de angustia virulenta reina sobre nuestras cabezas y se ha instalado especialmente en el alma de la infancia. La información navega sin control por los hogares, dejando una sensación de desasosiego que también atemoriza a nuestros escolares y que debemos atender. Nuestras funciones como educadores es transformar información por conocimiento y emociones derramadas en sentimientos pensados.
Pero resulta que las autoridades gubernamentales ha decretado el trabajo desde casa y nos ha mandado tarea: mantener nuestra labor docente desde la distancia. Y sin pensarlo demasiado hemos trasladado la escuela a casa mandando deberes, temas del libro de texto, actividades mil y un sinfín de enlaces en las cientos de plataforma que la sociedad moderna nos ofrece.
Y no hemos tenido en cuenta que hay cientos de familias que no tienen internet, ni ordenador, ni impresora o se han quedado sin tinta. Y una mayoría de gente no está al día en tecnologías, que aunque llevan tiempo wapaseando con el móvil son consumidores-analfabetos digitales.
Cada aprendizaje tiene sentido en el contexto en que se desarrolla. Y no tiene razón hacer actividades de lengua en el salón de la casa. Primero porque pierden toda sentido y significatividad. Mejor sería escribir cartas a sus tutores y tutoras o los amigos que están confinados. Pero también porque muchas familias trabajan y no pueden ayudar, algunas no saben y otras no pueden estar con sus hijos las 5 horas de escuela en casas. Además, como en las familias hay confianza es donde se manifiesta el rechazo a la escuela, muchos niños y niñas luchan contra los padres y madres para no hacer las tareas que a regañadientes hacen en el aula.
Toda crisis nos invita a pensar y cambiar. Reflexionemos pues para intentar mejorar. Estamos perdiendo una oportunidad única: romper los muros de la escuela y llevar la educación a la vida real.
Para poder aprender primero hay que quitar la angustia. La pirámide de las necesidades de Maslow así nos lo muestra: primero comer, en segundo lugar tener seguridad para perder el miedo y, por último, viene el aprender. Para ello la primera actividad que debemos proponer el profesorado de cualquier nivel educativo es afrontar la angustia que genera el coronavirus y hablar de ello: redacciones, poemas, preguntas, dibujos, debates, investigaciones,… todo tipo de tareas que sirvan para mitigar el miedo. En todas ellas se aprende las competencias claves, no nos preocupemos. Para ello contamos con motivación sobrada porque es un tema de plena necesidad e interés. Aunque no es bueno estar todo el día con el tema. Sólo lo necesario para responder a las preguntas que se generan y apaciguar el miedo.
En segundo lugar es una posibilidad única que podemos aprovechar para no hacer nada, para aburrirnos, para dejar la mente en blanco, para descansar. Es necesario resetear nuestro acelerado cerebro. Dejarlo en calma. No tiene sentido llenar la agenda en días de conflicto emocional porque bajarán nuestras defensas y estaremos más propensos a pillar cualquier bicho, y no sólo el susodicho coronavirus.
En tercer lugar, como estamos en casa, es el momento para educar en todos esos contenidos trasversales que tanto nos cuesta trasmitir en la escuela porque no es el contexto adecuado: la salud, la higiene, la alimentación, el descanso, las horas de sueño, la colaboración en tareas domésticas, las relaciones familiares, los juegos en familia, los afectos, etc. Es el momento de mandar como tarea hacer la cama, ayudar a la comida, limpiar la casa, recoger,… Así no habrá que tratarlo el día de la paz, de la mujer o en el programa de coeducación. También podemos trabajar la necesidad de lavarnos las manos, porque siempre debemos luchar con los agentes patógenos que están siempre a nuestro lado. Es el momento y el lugar para trabajar los hábitos de higiene en el contexto adecuado para aprenderlo. ¡Y qué decir de una alimentación sana! Es preciso comprender lo de la nutrición, las defensas, la alimentación saludable, la lucha que en el cuerpo siempre se produce entre salud y enfermedad y en la que podemos ganar la partida si nos aplicamos.
Muy importante para el desarrollo de la infancia es el juego. Ahora tenemos tiempo para ello. Una actividad tan terapéutica, tan necesaria, tan rica para el aprendizaje y que nunca tenemos tiempo durante el curso con tantas actividades y tareas programadas. Así que podemos utilizar el tiempo para jugar, cantar, bailar, disfrazarnos o hacer teatro.
Y por último y más importante, con las iniciativas comunitarias que abundan en las redes sociales podemos aprender solidaridad. Que no estamos solos en el universo. Que somos parte de un todo. Que sólo juntos podemos ganar a cualquier contrariedad que nos amenace. Y podemos mandar agradecimientos a tanta gente que nos están ayudando para que estemos sanos: personal sanitario, de limpieza, transportistas, dependientes, etc.
En conclusión, dejemos de mandar tantas tareas escolares para casa. Nuestro trabajo lo podremos hacer sin machacar a las familias con exigencias escolares. Con dar sugerencias y estar conectados para lo que necesiten ya vale. Quizás nuestro mejor consejo para los chicos y chicas que están en casa sea que se dediquen a las artes: la creatividad, la música, la pintura, la escritura, el teatro, el cine, el baile..., lo que nos transforma como seres humanos capaces de superarnos. Porque sólo el arte puede mitigar tanta angustia.
Cristóbal Gómez Mayorga
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