jueves, 15 de junio de 2017

Transición ... por Francisco Soler

No fue olvido, no fue nada parecido a la traición, fue una rotunda apuesta por la paz.

Cuarenta años de olvido. Hay quienes pretenden que eso fue la Transición. Un olvido injusto, oscuro, interesado de los años de la dictadura. Y ahora, después de otros cuarenta años, hay quienes se empeñan en que se difumine todo lo que la Transición tuvo de apuesta, de estrategia y de primoroso puzzle para dar a luz eso que ahora llaman la política vieja. Lo anterior no sabríamos muy bien definir lo que era. La edad de piedra, las cavernas. Los sótanos de las cárceles, los paredones, el exilio. La Transición no dio lugar al país de los sueños, pero fue el reino de lo posible y, desde luego, la puerta para la democracia. Esa, ahora tan manoseada, era entonces la palabra mágica. Democracia.

Todos los españoles eran repentinamente demócratas. Casi por la gracia de Dios, como la leyenda que llevaban grabadas las pesetas del caudillo. Las camisas azules echadas al baúl, la llantina ante el funeral de Franco arrinconada como una travesura fruto del descontrol hormonal y la falta de cabeza de la adolescencia. Todos habríamos anhelado un final más justo para los cooperadores de la dictadura. Pero se trataba de algo muy simple. Tan simple como decisivo. Volver la vista atrás para llevar a cabo un nuevo movimiento de péndulo en la historia de España, o mirar hacia el futuro e intentar crear un estado de libertades y derechos idéntico al de los países de nuestro entorno, que, por otra parte, resultaba ser el más avanzado del planeta.

La mirada al futuro suponía dejar impunes demasiados despropósitos y crímenes. Sí, pero probablemente la mirada al pasado conllevaba nuevos desatinos, mucho más riesgo y más sangre. Porque, si a pesar de la moderación, del pacto y de la voluntad de reconciliación que suponía la aceptación de un estado democrático y libre, nos fuimos encontrando con diferentes intentos de golpes de Estado y asonadas militares respaldadas por lo más feroz de la caverna, qué no hubiera ocurrido si se hubiera iniciado un desfile de ex ministros y ex altos cargos del franquismo por los banquillos y las cárceles. El cuento sangriento de nunca acabar.

A quienes consideran que el régimen surgido de la Transición supuso una traición a la República habría que hacerles una pregunta muy clara. ¿Qué república resultaba traicionada? Desde luego la República que perseguían los miembros del Pacto de San Sebastián y que formarían los primeros gobiernos republicanos, desde Alcalá Zamora a Indalecio Prieto pasando por Azaña, era muy semejante a la democracia resultante de la Constitución de 1978. Esos hombres, como luego los socialistas Julián Besteiro o Fernando de los Ríos, aspiraban a un Estado similar al francés o al británico. La Transición estableció un gran puente entre el espíritu de aquellos republicanos y la realidad española cuarenta años después. No fue olvido, no fue nada parecido a la traición, fue una rotunda apuesta por la paz. Una apuesta dolorosa e imperfecta pero que nos llevó al corazón de una Europa de la que estábamos descolgados y a los años más fructíferos de nuestra historia.



Antonio Soler

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