EL SILENCIO DE LA DIGNIDAD.
Puede que me habría ido mejor en la vida
si en su momento hubiese aprendido a mandar a cierta gente a freír
espárragos con morcilla y otros ingredientes, aprovisionándoles con una
manta y GPS para garantizar que lleguen sanos y salvos a su destino.
No sé si fue por la educación recibida, donde primaban el respeto, la
dignidad y "ofrecer la otra mejilla", entre otros valores de nuestro
legado judeo-cristiano, o por la diplomacia adquirida con los años
y los palos, pero no soy capaz de responder con "la misma moneda" ante
un trato injusto de cualquier índole - será porque mi divisa es
obsoleta y está fuera de circulación.
Ya no hago el amago de
entender el absurdo de "lo que se da gratis no se valora". En vez de
juntar las palmas de las manos y lanzar un "aleluya" al cielo por la
lotería que nos ha tocado de dar con alguien que nos entrega su tiempo y
conocimiento de forma desinteresada porque quiere y puede, porque nos
aprecia a apoya, - lo ignoramos y despreciamos su gesto noble y
altruista. En ocasiones incluso nos molestamos cuando con la buena
intención se nos corrige con el afán de que mejoremos y avancemos.
En el ámbito de las relaciones: idem. Mientras te haces el/la
interesante, la otra parte se estrella por conseguirte. Entrégate,
declárate, muéstrate disponible, y en un plazo relativamente corto te
conviertes en un felpudo. Pero basta con aplicar el tratamiento de
choque "ausencia+indiferencia", para que los papeles se inviertan en
menos de 24 horas. Y entonces tenemos a la otra parte limpiando la acera
con sus ropajes y entonando un "meaculpa" con un arrepentimiento que
parece auténtico.
Teatro, la vida es un teatro con un pésimo
reparto. Tragicomedia sobre un tren que viene de la nada desconocido
para terminar en otro nada igual de misterioso, con algunos pasajeros
despiertos, otros dormidos, pero casi todos dándose hostias para ganarse
un asiento en primera clase.
Siempre he tenido lucidez impropia de
mi edad y muy temprano entendi que todos terminaremos en igualdad de
condiciones independientemente del traje que llevamos: desnudos sobre la
mesa de un forense.
Es por ello que miro con compasión a quiénes
me dan en la otra mejilla: "Padre, perdónales, no saben lo que están
haciendo", - y me retiro en silencio.
No hay otra cosa que hable más claro y alto que el silencio de quien no ha respondido a tu golpe.
No hay comentarios:
Publicar un comentario