lunes, 24 de octubre de 2016

Diario de Una Minina : El Silencio de la Dignidad.

EL SILENCIO DE LA DIGNIDAD.
Puede que me habría ido mejor en la vida si en su momento hubiese aprendido a mandar a cierta gente a freír espárragos con morcilla y otros ingredientes, aprovisionándoles con una manta y GPS para garantizar que lleguen sanos y salvos a su destino.
No sé si fue por la educación recibida, donde primaban el respeto, la dignidad y "ofrecer la otra mejilla", entre otros valores de nuestro legado judeo-cristiano, o por la diplomacia adquirida con los años y los palos, pero no soy capaz de responder con "la misma moneda" ante un trato injusto de cualquier índole - será porque mi divisa es obsoleta y está fuera de circulación.

Ya no hago el amago de entender el absurdo de "lo que se da gratis no se valora". En vez de juntar las palmas de las manos y lanzar un "aleluya" al cielo por la lotería que nos ha tocado de dar con alguien que nos entrega su tiempo y conocimiento de forma desinteresada porque quiere y puede, porque nos aprecia a apoya, - lo ignoramos y despreciamos su gesto noble y altruista. En ocasiones incluso nos molestamos cuando con la buena intención se nos corrige con el afán de que mejoremos y avancemos.
En el ámbito de las relaciones: idem. Mientras te haces el/la interesante, la otra parte se estrella por conseguirte. Entrégate, declárate, muéstrate disponible, y en un plazo relativamente corto te conviertes en un felpudo. Pero basta con aplicar el tratamiento de choque "ausencia+indiferencia", para que los papeles se inviertan en menos de 24 horas. Y entonces tenemos a la otra parte limpiando la acera con sus ropajes y entonando un "meaculpa" con un arrepentimiento que parece auténtico.
Teatro, la vida es un teatro con un pésimo reparto. Tragicomedia sobre un tren que viene de la nada desconocido para terminar en otro nada igual de misterioso, con algunos pasajeros despiertos, otros dormidos, pero casi todos dándose hostias para ganarse un asiento en primera clase.
Siempre he tenido lucidez impropia de mi edad y muy temprano entendi que todos terminaremos en igualdad de condiciones independientemente del traje que llevamos: desnudos sobre la mesa de un forense.
Es por ello que miro con compasión a quiénes me dan en la otra mejilla: "Padre, perdónales, no saben lo que están haciendo", - y me retiro en silencio.
No hay otra cosa que hable más claro y alto que el silencio de quien no ha respondido a tu golpe.

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