Foto: Tiojimeno |
HACE unos días me encontré en la calle con un veterano librero de la ciudad y, a pesar de que los dos teníamos prisa, nos pusimos a charlar. Lo habitual, cada vez que nos vemos, es que nos preguntemos cómo va eso, y de manera un tanto consecuente terminamos hablando de la incidencia del mercado digital en nuestros respectivos negocios. En esta ocasión la conversación empezó a correr por los cauces habituales, que si sí pero, que si no pero, que si lo tienen clarísimo, que si no lo tienen claro para nada, que si nos convienen las pantallas o no nos convienen; pero entonces, el librero introdujo un matiz que yo no esperaba, y me contó, más o menos, lo que sigue: "Mira, no sé si funcionará o no. No sé si seremos capaces de adaptarnos, lo que ganaremos ni lo que perderemos. Lo que sí sé, o al menos estoy cada vez más convencido, es que la gente es menos feliz. Casi todo el mundo está crispado, cuando no directamente deprimido. Nadie tiempo para nada, nadie sonríe. Hace poco estuvimos en México y me sorprendió ver que, a pesar de la situación tan difícil que atraviesa el país, a pesar de tanto sufrimiento, mucha gente se nos acercaba con una sonrisa de oreja a oreja y con mucho afecto. Entiendo que estamos atravesando todavía una crisis muy dura y que esto no levanta cabeza, pero no dejo de pensar que la manera en que ahora se lee, se escucha música o se accede a la cultura debe tener algo que ver. Es más, tiene que haber alguna relación, estoy seguro. Parecía que con una mayor facilidad de acceso y que con poder disponer de cualquier cosa a través de un click todo iba a ser mejor, pero, de entrada, no somos más felices. Y esto es más que suficiente como para pensárselo". Después de despedirme del librero, claro, me quedé rumiando. Andando el tiempo, hace ya una porrada de años que Occidente lee libros y periódicos en pantalla y escucha música vía streaming, así que seguramente estamos en condiciones de hacer un balance. La conclusión sería larga y repleta de matices y no puede caber en estas líneas, pero si se trata de evaluar la satisfacción respecto a aquella ilusión primeriza ante la posibilidad de tenerlo todo en un bolsillo, habría que admitir, sin remedio, que la materialización del capricho no ha prodigado más felicidad. Los usos y consumos de la industria han cambiado radicalmente en un dilema peliagudo: sus ofertas más compartidas son, aún, las menos rentables mientras buena parte de los consumidores parecen haber asumido de manera natural que la cultura únicamente puede darse gratis. De manera que el interés no se dirige ya a una determinada creación cultural (ni al creador en sí), sino a la posibilidad de obtenerla sin pagar nada o pagando muy poco a cambio. La propia industria cultural es responsable en gran medida del dilema, pero, si hay que hablar de felicidad (insisto), ésta se encuentra en otra parte. A saber dónde.
Aquella conversación me llevó a pensar también en Discos Candilejas. Al cierre que se efectuará el próximo día 31 se pueden achacar muchas causas relacionadas con el alquiler del local y las rentas antiguas del centro, pero el negocio, pues de tal se trata, únicamente podría salir adelante si hubiese en Málaga una cantidad razonable de personas para las que comprar discos fuese una actividad, cuanto menos, interesante, por no decir importante. Pero hace ya demasiado tiempo que esta práctica se convirtió en residual. El propietario de la tienda, Pepe Castañeda, me contó una vez que dio la batalla por perdida ya cuando comprobó que aquella vieja costumbre de seguir a un grupo y hacerse poco a poco con sus discos había pasado a mejor vida. La música popular se ha convertido en una mercancía de usar y tirar y ahí, sinceramente, cambiando a los ídolos cada temporada, no creo que nadie pueda ser muy feliz. Es curioso, pero mis momentos de mayor alegría en la adquisición de discos se dieron en años en los que, por razones obvias, compraba muy pocos: me recuerdo dejándome los ahorros en elRock and roll animal de Lou Reed o el Power, corruption and lies de New Order pensando en cuánto tiempo transcurriría hasta el regreso con capital suficiente para hacerme con otro. Es cierto que en la juventud la felicidad no necesita que la empujen mucho para prender, pero también que quien nunca ha llegado a casa retirando el envoltorio a toda pastilla para pasar el vinilo por la aguja no sabe lo que se ha perdido. Y por eso, todavía, me gusta pasar por Candilejas de vez en cuando para subirme un CD a la redacción. Y por eso espero que Candilejas continúe, aunque sea en otra sede, de otra manera. Por la felicidad. Y el alma.
Aquella conversación me llevó a pensar también en Discos Candilejas. Al cierre que se efectuará el próximo día 31 se pueden achacar muchas causas relacionadas con el alquiler del local y las rentas antiguas del centro, pero el negocio, pues de tal se trata, únicamente podría salir adelante si hubiese en Málaga una cantidad razonable de personas para las que comprar discos fuese una actividad, cuanto menos, interesante, por no decir importante. Pero hace ya demasiado tiempo que esta práctica se convirtió en residual. El propietario de la tienda, Pepe Castañeda, me contó una vez que dio la batalla por perdida ya cuando comprobó que aquella vieja costumbre de seguir a un grupo y hacerse poco a poco con sus discos había pasado a mejor vida. La música popular se ha convertido en una mercancía de usar y tirar y ahí, sinceramente, cambiando a los ídolos cada temporada, no creo que nadie pueda ser muy feliz. Es curioso, pero mis momentos de mayor alegría en la adquisición de discos se dieron en años en los que, por razones obvias, compraba muy pocos: me recuerdo dejándome los ahorros en elRock and roll animal de Lou Reed o el Power, corruption and lies de New Order pensando en cuánto tiempo transcurriría hasta el regreso con capital suficiente para hacerme con otro. Es cierto que en la juventud la felicidad no necesita que la empujen mucho para prender, pero también que quien nunca ha llegado a casa retirando el envoltorio a toda pastilla para pasar el vinilo por la aguja no sabe lo que se ha perdido. Y por eso, todavía, me gusta pasar por Candilejas de vez en cuando para subirme un CD a la redacción. Y por eso espero que Candilejas continúe, aunque sea en otra sede, de otra manera. Por la felicidad. Y el alma.
Pablo Bujalance.
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