No hay ranking
relativo al arte contemporáneo, ya sea en cotización o en influencia,
en el que no figure Peter Doig (Edimburgo, 1959). Hablamos de uno de los
cinco artistas vivos que ha tenido el honor de encontrar una
obra suya con uno de los precios más elevados alcanzados en una subasta,
así que era cuestión de tiempo que Doig llegara al CAC Málaga. Lo hará
este viernes 31 con su primera exposición en España de la mano de una
propuesta muy especial: la muestra studiofilmclub reunirá en el
espacio central del CAC hasta el 5 de junio un total de 166 carteles de
películas realizados de manera muy libre por Doig desde el año 2000. El
artista, que estará representado también en la próxima colección
permanente del Centro Pompidou Málaga, se presentará así en la ciudad
desde un aspecto periférico, si se quiere, respecto a lo que depararía
un análisis crítico de su obra; pero central en cuanto a todo lo que
estos carteles cuentan sobre Peter Doig y sus intuciones, inspiraciones y
motivos, aspectos en los que el cine es una cuestión prioritaria.
Los carteles de filmes que quedarán reunidos en el
CAC están de hecho especialmente ligados a la trayectoria biográfica de
Peter Doig, quien con sólo tres años marchó a vivir con su familia desde
Escocia hasta Trinidad y Tobago. Posteriormente, en 1966, se trasladó a
Canadá, y en 1979 regresó al Reino Unido; pero Trinidad y Tobago aportó
al artista los paisajes esenciales de su infancia, un territorio que ha
nutrido toda su obra hasta el presente: ya sea desde los estertores del
impresionismo o del expresionismo, Doig ha hecho de la evocación del tiempo pasado
en clave nostálgica su materia prima hasta hacer del mismo tiempo algo
irreal, inconsistente y flexible. Lo que verdaderamente Peter Doig se ha
traído entre manos todo este tiempo son los sueños como
representaciones de la realidad. Eso sí, esos paisajes de la infancia no
son siempre idílicos, ni mucho menos, como cabría esperar del enclave
antillano. Lo que evoca a menudo Doig en su pintura es un ecosistema
adverso, inquietante, esquilmado, resto de una gloria natural que quedó
reducida a parodia. En el fondo, a pesar de las imágenes que el artista
tiende a inmortalizar, en su obra lo importante no es tanto el sueño
como quien sueña. Como si Paul Gauguin despertara del suyo.
Peter Doig regresó a Trinidad y Tobago en 2000, invitado
para una residencia artística, y desde entonces los vínculos con el país
que alumbró sus primeros años se han reforzado hasta consolidarse. El
escocés instaló de hecho en 2002 un estudio propio en la capital, Puerto
España, y en el mismo organizó un cineclub (Studio Film Club) en
el que programaba sus películas favoritas con proyecciones abiertas al
público. En lugar de recurrir a los carteles promocionales, Doig decidió
divulgar la actividad pintando sus propios carteles, verdaderas
prolongaciones de sus lienzos que compartían con las obras mayores sus
claves estéticas fundamentales. En las interpretaciones libérrimas (y a
la vez extraordinariamente fieles) que hace de cada película, Doig
comparte no sólo la factura de su mirada: también la arquitectura de su
discurso, la supremacía del personaje sobre la acción, la consideración
del instante como institución creadora. Si en su pintura Peter
Doig abarca los sueños, semejante premisa encuentra en el cine su
hábitat idóneo, por cuanto el cine es sinónimo de ensoñación. En alguna
ocasión manifestó Doig su intención de practicar un arte progresivamente
más abstracto, y posiblemente es en estos carteles donde con más
claridad se ha encaminado en esta dirección (si bien la figuración es
dominante, algunas imágenes, como la que ilustra Belle de Jour de
Buñuel, así lo demuestran; de todas formas, el dichoso conflicto entre
figuración y abstracción no debe quitarle demasiado el sueño a Peter
Doig).
Estos carteles, hasta un total de 166, son los que
podrán verse en el CAC, en una remesa enorme que incluye clásicos
eternos y diversas luminarias del cine contemporáneo. Lo mejor de la
ocasión será la posibilidad de comprobar cómo los carteles cumplen en
Málaga la misma función para la que fueron realizados en el cineclub de
Puerto España: la puesta en marcha de un diálogo con el espectador. Eso
sí, si toda obra de arte constituye un diálogo, aquí Doig invita a
dialogar sobre obras ajenas, la de los cineastas, sin renunciar a la
calidad artística de sus piezas, capaces por tanto se excitar el diálogo
por sí mismas. Todo fluye, por tanto, como quería Shakespeare, a ras
del sueño: nuestra misma materia.
Pablo Bujalance
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