El melillero, así llamamos al barco que provoca esta ola monumental, chocó ayer contra el puerto en su maniobra de atraque. Concretamente se estrelló contra el dique de levante, cerca de donde quieren colocar como quien planta un pino un hotel de 135 metros. Se da la circunstancia de que es la segunda vez en dos años que se produce un accidente parecido. En los mentideros de internet ya se exigen controles de alcoholemia a los marineros y a los prácticos, profesión esta última que también tiene un nombre genial, como muchos términos relacionados con la navegación que resultan al mismo tiempo bellísimos y extravagantes.
El accidente del melillero se debió a un fallo en el sistema de gobierno. Ahora mismo seríamos incapaces de enumerar todas las cosas que se producen precisamente por eso, por un fallo en el sistema de gobierno. Además hemos sabido que en la embarcación no sólo iban los 123 viajeros correspondientes, sino que a esos pasajeros y a la tripulación les acompañaban de incógnito siete polizones, siete inmigrantes que pretendían llegar clandestinamente a la península. Ahora es cuando una descacharrante historia sobre la ola que provoca un barco se transforma en un lacrimógeno drama migratorio. ¿Es habitual que el melillero haya polizones? Seguramente nos quedaremos siempre con esa duda. Una vez un burócrata me dijo que la mayoría de la inmigración ilegal llegaba por el aeropuerto de Barajas, pero de eso tampoco podremos estar seguros nunca. En cualquier caso, y dejando a un lado la cuestión migratoria, sería menester que se tomaran medidas y que extremaran los controles para que estos accidentes dejaran de producirse, pero da la impresión de que en el puerto de Málaga están más preocupados por cuestiones que van más allá de esta ola que es patrimonio inmaterial de la ciudad.
Txema Martín
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