Del mismo modo que en Punxsutawney la duración del invierno la predice la sombra de una marmota, en Málaga el verano lo anuncian las picaduras gordas de mosquito, y a nivel nacional la misma revelación viene con la primera insolación colectiva. Ya se han cumplido todos los requisitos. Ayer en un instituto público de Madrid, que responde al sofisticado nombre de Neil Armstrong, cuarenta y siete criaturas fueron atendidas por un golpe de calor generalizado. El primero tuvo que ser trasladado a Urgencias y a la hora siguiente, como muestra inequívoca de contagio emocional, otros tantos alumnos han empezado a sentirse fatal con mareos, malestar ante la vida y deshidratación, y fueron atendidos en el mismo instituto. Leo que uno de ellos tenía un esguince, que lo mismo no tenía que ver con las temperaturas, pero ya que estaban allí los médicos, aprovechó.
El golpe de calor en el Neil Armstrong, que podría ser el título de algo muy grande, le ha venido de perlas al sentido común porque se produjo poco después de que el consejero de Sanidad de Madrid recomendara a los alumnos combatir el calor mediante abanicos caseros por considerarla además «una tarea ocupacional muy importante para los niños». Hemos tenido suerte de que esta vez el consejero en cuestión era de la Comunidad de Madrid, y no de la Junta de Andalucía, donde se ha pasado de la política de recomendar barbaridades a la población a otra que consiste en ir dando largas hasta que la cuestión sea insoportable.
El meteorólogo que todas las madres llevan dentro avisan de que lo peor está por llegar, Donald Trump insinúa que el cambio climático es un invento de los comunistas y la humanidad comienza a dividirse entre los que tienen aire acondicionado y los que atienden los rigores a cuerpo gentil. Si estas cosas pasan ya en esta supuesta primavera, no queremos ni pensar lo que viviremos durante julio y agosto, cuando estemos subidos a una ola de calor permanente, indestructible. No nos falta ni una alerta de sequía y estamos con los pantanos en lo mínimo pese a las inundaciones. Ni llueve a gusto de todos ni llueve donde tiene que llover. Durante los próximos meses el consumo de agua se disparará hasta equiparar al gasto del resto del año. La arquitectura del relax y los hoteles con spa chupan mucha agua. Los incendios amenazan con teñir nuestros campos de ceniza aunque de eso no sólo tiene culpa el calor, sino la gente imbécil que los provoca. Pero no todo será malo. Haremos huelga de brazos caídos, nos iremos a vivir a un parque acuático, cumpliremos una de nuestras paradojas favoritas que consiste en coger frío por el aire acondicionado y pasarnos medio verano acatarrados por un inverosímil enfriamiento, haremos planes para visitar Islandia, haremos abanicos con los folios. No todo va a ser malo, pero no tiene buena pinta.
Txema Martín
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