El próximo sábado 16 la Junta celebrará un año más el Día de la Lectura en Andalucía, que en esta ocasión estará dedicado a la Generación del 27 en su nonagésimo aniversario, y se me vienen un par de ideas (maldita sea, con lo tranquilo que estaba yo) a la cabeza. La primera es que no deja de causarme cierta lástima tanto empeño puesto en celebrar un día de la lectura, un día del libro, un día del lector y así los que ustedes quieran, cuando todos los días deberían serlo de manera natural. Y no hablo del rato que cada cual dedique o no a leer un libro cada jornada: hablo de una cuestión política que debería darse no en clave excepcional sino rutinaria y cotidiana. Si hubiera un gobierno andaluz preocupado verdaderamente por crear una comunidad lectora asumiría el asunto como estratégico y urgente, no como ocasión cumpleañera para lucir escudito en la solapa y poder pasar como sensible y letraherido, al contrario que esos burdos y zafios de la oposición, aunque sea mediante una apropiación de dudoso gusto como atañe ahora a los poetas del 27. Escribo esto siendo consciente del trabajo que hacen muchos en pro de la lectura en Andalucía, un trabajo siempre digno de reconocimiento pero demasiadas veces ceñido al voluntariado, al quijotismo, al residuo, no a una política proactiva, y perdonen el palabro.
La segunda idea es más bien una emoción: el modo se me ponen los pelos como escarpias cuando vienen los de Ciudadanos a hablar de educación y cultura con su modelo instrumentalista basado en la competición, el clientelismo y la rentabilidad. Que perdonen los poetas del 27, pero ante semejante obsesión con la eficacia habría que dedicar el Día de la Lectura en Andalucía a la inutilidad. Digámoslo claro: ¿Para qué sirve leer? Absolutamente para nada. ¿Por qué leemos? Porque nos gusta. ¿Nos hace la lectura mejores personas? No: el mundo está lleno de criminales bien cultivados. ¿Entonces? Leemos porque somos personas. Porque no esperamos nada a cambio de la lectura. Porque es un acto gratuito Leemos porque no tiene importancia. Y porque nos hace libres. Porque al leer escogemos a nuestros maestros, y esto resulta intolerable a quienes pretenden imponérnoslos. No leemos para ser buenos ciudadanos, no fastidien. Leemos porque nos sale de las narices. Porque el poder financiero ha inventado la posverdad y se alimenta del ruido. Y cuando yo leo, yo mando. Así de fácil.
Leemos porque leer es una forma de resistencia política. Porque los profetas del neomercado no van a sacar un cuarto de mi lectura. Leemos porque es inútil. Y seguiremos.
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