miércoles, 17 de enero de 2018

El Hombre que Amaba a las Mujeres Maravillosas ... por Hector Marquez



Todos los amantes del cómic conocemos la historia de la más famosa superheroína de la Historia de las viñetas: Wonder Woman, la amazona superpoderosa que tras su nacimiento en el año 41 y varias épocas de censura, en los años setenta se convirtió en un icono del nuevo feminismo al revertir muchos de los parámetros masculinos del cómic de superhéroes. Algunos, un poco más nerds que el resto, también sabíamos que el personaje fue creado por un piscólogo estadounidense llamado William Moulton Marston, un hombre poco convencional cuya trayectoria investigadora abarca desde la invención del sistema que hizo desarrollarse la llamada máquina de la verdad hasta la publicación de una teoría psicológica llamada DISC, acrónimo que agrupa los cuatro ejes por los que según él las personas normales desarrollaban su equilibrio mental o emocional: el dominio, la influencia, la sumisión y la conformidad o acuerdo con normas establecidas. Un hombre al que como psicólogo no le interesaba estudiar las patologías sino las personas normales y corrientes.



Pero lo que se sabía menos hasta que la historiadora norteamericana Jill Lepore, profesora de Historia en Harvard, la universidad donde se graduó en su día el profesor Marston, publicó el libro La historia secreta de Wonder Woman -ensayo ganador en 2015 del American History Book Prize- era que tras la creación del personaje se escondían tres personas: el propio Marston, su esposa y psicóloga Elizabeth Holloway, y una de sus estudiantes de psicología Olive Byrne, con las que Marston tuvo cuatro hijos -dos de una y dos de otra- y con las que convivió en trío formando una curiosa familia con una inusitada libertad sexual aún para nuestros días, y que se mantuvo siempre unida incluso tras la muerte de Moulton por cáncer en 1947.

Una película de Angela Robinson, Professor Marston and the Wonder Women (2017), protagonizada por Luke Evans, Rebecca Hall -ma-ra-vi-llo-sa- y Bella Heathcote recrea esta historia e ilustra cómo la primera Wonder Woman estaba repleta de guiños a las actividades poliamorosas practicadas por el trío, donde se incluían el bondage, el spanking, el fetichismo, el disfraz y muchas prácticas de dominación y sumisión habituales en la vida de esta inusual familia en los puritanos EEUU. Aunque la idea de crear un personaje superheroico femenino con ascendencia mitológica y principios morales bien distintos a los de sus colegas masculinos fue del propio Marston, que estaba convencido de que los cómics no sólo eran una forma de arte popular tan digno como cualquier otro, sino que eran un soporte ideal para usar como herramienta pedagógica entre los niños y niñas estadounidenses, muchas de las ideas y, sobre todo la inspiración del personaje principal y sus colegas amazonas, fueron aportadas por Byrne y Holloway. Byrne fue además hija y sobrina respectivamente de Ethel Byrne y Margaret Sanger, dos de las primeras protofeministas norteamericanas impulsoras de las primeras clínicas de control de natalidad. Realmente, fue Byrne la que inspiró el personaje de Wonder Woman a Marston, como él mismo reconoció.

Resulta muy pertinente, en este momento donde se libra una dura batalla entre feminismos inclusivos y radicales, nuevos modelos de masculinidad y rancios contraataques del machismo tradicional, este filme donde se plantea el origen de un personaje popular que fue mucho más revolucionario de lo que se percibió en un principio. Es cierto que la libertad de los primeros comics de Wonder Woman pronto fue cercenada por los guardianes de la moral que apreciaron que aquella heroína que iba en traje de baño, y hacía confesar a los criminales con su lazo dorado -decir la verdad era el objetivo para el perdón- y gustaba de atar y ser atada en sus viñetas había una libertad inquietante para los censores. Pero los cómics están ahí. Hoy Wonder Woman es otra cosa, pero sigue siendo un símbolo popular de la liberación femenina. La primera mujer poderosa capaz de medirse y derrotar a los hombres en su propio terreno con otras armas menos sangrientas.

Marston, que siempre abogó y defendió los movimientos de liberación femenina y estaba convencido de que las mujeres eran superiores a los hombres en muchísimos aspectos, escribió tres años antes de su muerte en un artículo: "Ni siquiera las mujeres quieren ser mujeres mientras nuestro arquetipo de femineidad carezca de fuerza, fortaleza y poder… El remedio obvio es crear un personaje femenino con toda la fuerza de Superman más todo el encanto de una mujer bella y buena". Como Superman, Wonder Woman tenía identidad secreta: Diana Prince. Trabajaba como secretaria, igual que la mujer de Marston, que no pudo seguir dando clases en la Universidad a pesar de su brillantez. Y debía ocultar su poder frente a la sociedad tal y como Olive Byrne tuvo que hacer dentro del trío junto a Marston y Halloway, haciéndose pasar por la niñera de la familia a pesar de que tres de los cinco hijos eran suyos y de Marston, para evitar las consecuencias de lo que entonces era considerado un absoluto escándalo frente a las normas sociales.

Este año del Me too y de las denuncias de mujeres contra los abusos sexuales de hombres dentro de la industria cinematográfica y la reclamación de la igualdad profesional entre hombres y mujeres -la reciente gala de los Globos de Oro con el discurso de Oprah Winfrey fue todo un acto de reivindicación al respecto- ha sido muy prolífico en películas biográficas sobre mujeres contemporáneas que se salían del molde y luchaban contra las desigualdades desde sus ámbitos: la historia de la tenista Billie Jean King, encarnada por Emma Stone en el filme La batalla de los sexos; la de la patinadora Tanya Harding, encarnada por Margott Robbie en I, Tonya o esta sobre las mujeres maravilla reales que había detrás de la Wonder Woman de cómic son un ejemplo. El mismo blockbuster del Wonder Woman protagonizado por Gal Gadot el año pasado se ha convertido en la película más taquillera de la historia, con 404 millones de dólares recaudados 76 años después de que se publicase el primer cómic de Diana de Temiscira. Para que luego digan que los superhéroes son sólo cosa de chicos.

Otras de las tres mejores películas norteamericanas del año tienen peculiares heroínas femeninas: Lady Bird, la historia de cómo una adolescente hace su transición al mundo de los adultos y se enfrenta a su familia, a la dominación de su madre, sus deseos sexuales y la construcción de su identidad, dirigida por la deliciosa Greta Gerwig; La forma del agua, de Guillermo del Toro, un cuento fantástico protagonizado por una limpiadora muda que se enamora de una criatura anfibia ultraterrena y la salva del cruel violento mundo de los militares paranoicos; y, la mejor de todas, Tres anuncios en las afueras, de Martin McDonagh, donde Frances McDormand se convierte en una madre coraje de un pueblo lleno de odios sexistas y silencio en una suerte de western donde Clint Eastwood y John Wayne parecerían unas nenazas al lado de la determinación de esta madura y agria vengadora de su hija violada y asesinada.

Son todas películas de mujeres únicas, libres, fuertes, inteligentes, decididas, pioneras, que deciden vivir su sexualidad o su poder frente a todas las convenciones sociales y el status quo masculino. En muchas de ellas se insiste en la capacidad de perdón, en el amor más fuerte que el orgullo, en la flexibilidad y brillantez de sus personajes. Muchas Wonder Women en las pantallas en un año donde en España 44 mujeres fueron asesinadas hasta noviembre pasado en España. Quien sabe si Wonder Woman hubiese tenido su lazo y sus brazaletes activos esas víctimas se habrían librado de sus agresores y asesinos. Lo que es seguro es que en una sociedad más libre e igualitaria donde el poder de la mujer se reconociera, esta barbarie no hubiese sucedido.

Porque también hay hombres que aman a las mujeres maravillosas.

(La película Professor Marston & the Wonder Women no ha sido aún estrenada en España).

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