Hace unos días participé en una mesa redonda sobre la Málaga de los museos en el CAC y solté un rollo sobre cómo las ciudades se han convertido en productos obligados a posicionarse para su venta entre una competencia feroz. En este contexto, consideré le marca museística de Málaga como un acierto que le ha permitido destacar y hacerse atractiva a los inversores potenciales. Entonces se me olvidó aclarar, creo, que aquel rollo se limitaba a ser un diagnóstico y que mi idea de lo que debe ser una ciudad es bien distinta (al cabo, un espacio propicio a las interacciones humanas y no únicamente comerciales, por más que Juan Cassá prefiera tener un centro financiero, al estilo city, sin vecinos y perfectamente deshumanizado), pero esto es lo de menos. Al final, si la marca cultural que nos granjea las alabanzas de la prensa internacional es la llave que abre todas las puertas, a lo mejor los promotores de la torre del Puerto deberían incluir en el proyecto un uso cultural para convencer a los pesados recalcitrantes que se siguen oponiendo a su construcción. Añadan una sala de exposiciones en algún sitio y verán cómo nadie se atreve a oponerse. De hecho, ¿quién ha dicho alguna vez que el paisaje urbano es un valor patrimonial y cultural de una ciudad? ¿Paulino Plata, acaso?
lunes, 26 de febrero de 2018
Mejórelo con un uso cultural ... por Pablo Bujalance
Parece que no hay intervención urbanística digna de ser tenida en cuenta si no incorpora una sala de exposiciones y un restaurante 'gourmet'Y quizá sea esto lo que le falte a la torre del PuertoNo sé ustedes, pero un servidor tiene la impresión de haber leído ciertas noticias hasta cuatro y cinco veces en ocasiones distintas. Ya no recuerdo cuántas intervenciones ha necesitado Elías Bendodo para anunciar la rehabilitación de la Plaza de Toros y para dejar claro que quiere convertirla en un centro cultural abierto todos los días del año, con salas de exposiciones y conferencias, restaurantesgourmets (lo de habilitarla como presunto templo gastronómico no salió precisamente bien, a ver qué pasa ahora) y demás añadidos referentes a un uso cultural. Al parecer, esto de la Plaza de Toros se ha convertido en una versión por derecho de Esperando a Godot: todos los días volvemos a la casilla de salida, pero no podemos irnos por si acaso a Godot le diera por venir. Desconozco qué tipo decentro cultural podría convertir el recinto en un espacio vivo y frecuentado con frío y con calor, pero, honestamente, cada vez que salen con las dichosas salas de exposiciones y los centros gourmet se llena todo de una pereza exasperante. Y el problema, por llamarlo de algún modo, es que esto del uso cultural funciona ya como una carta blanca con la que se pretende justificar las más variopintas actuaciones urbanísticas. El concurso de ideas para la manzana del Astoria, por muy de mentirijillas que fuera, exigía como condición sine qua non la reserva de al menos algunas instalaciones a actividades culturales, y casi todas las propuestas (salvo aquel palacio de la música que merecía haber tenido más atención de la que recabó) insistían en las salas de exposiciones, los auditorios y los establecimientos de alta cocina (no dudo de la conexión cultural que encierra una ensaladilla rusa deconstruida, pero tampoco de que esta aspiración empieza a parecerse al timo del tocomocho: la cultura es la acción de cultivar(se), y no todos los abonos y fertilizantes son iguales para que las personas crezcan como tales, aunque los envuelvan en paquetitos preciosos). Cuando Antonio Banderas anunció la retirada del proyecto en el que había participado, comandado por el arquitecto José Seguí, los defensores de su causa (entre ellos, el propio Banderas) lamentaban la pérdida de lo que prometía ser un equipamiento cultural de primer orden, aunque lo cierto era que el uso cultural no era el rasgo predominante en el proyecto (cuestión aparte era la altura a la que apuntaba el edificio). Pero, ¿y si lo hubiera sido? Empieza a mosquear ese apego a la cultura para la legitimización de una actuación que, sin esa cobertura, tal vez contaría con menos defensas para no quedar en entredicho. Claro, ¿quién va a oponerse a un proyecto cultural? ¿Quién va a ser tan cateto, quién va a mostrar tan poca sensibilidad? La cultura empieza a parecerse en Málaga a Jesús Cautivo: a ver quién tiene narices de tocarla. Pero peor huele esta querencia a meternos salas de exposiciones hasta en los aparcamientos públicos a mayor gloria de la cultura cuando reparamos en que Málaga tiene su Biblioteca Provincial embalada en gran parte desde hace veinte años, ha dado por liquidado su Auditorio sin que nadie tosa y se muestra incapaz de generar un mínimo tejido productivo vinculado al sector. Eso sí, museos hay todos los que quieran. Y una futura salita de exposiciones en la Plaza de Toros. Con aire acondicionado y lindos catálogos.
Hace unos días participé en una mesa redonda sobre la Málaga de los museos en el CAC y solté un rollo sobre cómo las ciudades se han convertido en productos obligados a posicionarse para su venta entre una competencia feroz. En este contexto, consideré le marca museística de Málaga como un acierto que le ha permitido destacar y hacerse atractiva a los inversores potenciales. Entonces se me olvidó aclarar, creo, que aquel rollo se limitaba a ser un diagnóstico y que mi idea de lo que debe ser una ciudad es bien distinta (al cabo, un espacio propicio a las interacciones humanas y no únicamente comerciales, por más que Juan Cassá prefiera tener un centro financiero, al estilo city, sin vecinos y perfectamente deshumanizado), pero esto es lo de menos. Al final, si la marca cultural que nos granjea las alabanzas de la prensa internacional es la llave que abre todas las puertas, a lo mejor los promotores de la torre del Puerto deberían incluir en el proyecto un uso cultural para convencer a los pesados recalcitrantes que se siguen oponiendo a su construcción. Añadan una sala de exposiciones en algún sitio y verán cómo nadie se atreve a oponerse. De hecho, ¿quién ha dicho alguna vez que el paisaje urbano es un valor patrimonial y cultural de una ciudad? ¿Paulino Plata, acaso?
Hace unos días participé en una mesa redonda sobre la Málaga de los museos en el CAC y solté un rollo sobre cómo las ciudades se han convertido en productos obligados a posicionarse para su venta entre una competencia feroz. En este contexto, consideré le marca museística de Málaga como un acierto que le ha permitido destacar y hacerse atractiva a los inversores potenciales. Entonces se me olvidó aclarar, creo, que aquel rollo se limitaba a ser un diagnóstico y que mi idea de lo que debe ser una ciudad es bien distinta (al cabo, un espacio propicio a las interacciones humanas y no únicamente comerciales, por más que Juan Cassá prefiera tener un centro financiero, al estilo city, sin vecinos y perfectamente deshumanizado), pero esto es lo de menos. Al final, si la marca cultural que nos granjea las alabanzas de la prensa internacional es la llave que abre todas las puertas, a lo mejor los promotores de la torre del Puerto deberían incluir en el proyecto un uso cultural para convencer a los pesados recalcitrantes que se siguen oponiendo a su construcción. Añadan una sala de exposiciones en algún sitio y verán cómo nadie se atreve a oponerse. De hecho, ¿quién ha dicho alguna vez que el paisaje urbano es un valor patrimonial y cultural de una ciudad? ¿Paulino Plata, acaso?
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