lunes, 26 de febrero de 2018

EL yo liberal ... por Pablo Bujalance

Señalaba María Zambrano que el liberalismo podía despertar algunos monstruos si no defendía la igualdad económica

Resultaba previsible, al menos hasta cierto punto, que la crisis alumbrara una mayor presencia del liberalismo en la vida política y cultural española, aunque sólo fuera a cuenta de la mayor (y lógica) desconfianza hacia las instituciones del Estado y su capacidad de responder con eficacia a los retos y garantizar los derechos a título individual y colectivo. Con el PP contaminado hasta mucho más allá de lo tolerable por la corrupción con un ejercicio de la política instaurado en el saqueo, y con la izquierda fragmentada, pero más aún erosionada por su incapacidad de ofrecer respuestas directas y contundentes a retos cruciales ya sólo en el debate territorial, el crecimiento de un partido como Ciudadanos, presentado como modelo de conducta, parecía únicamente cuestión de tiempo; su éxito, claro, corre en paralelo a la aceptación del liberalismo, asumido sin fisuras por la formación hasta la renuncia a la socialdemocracia, como solución óptima. Y es evidente no sólo que Ciudadanos es un partido necesario; también que el liberalismo, así invocado desde los postulados naranjas, introduce elementos imprescindibles para el saneamiento democrático en España, especialmente en la relación individuo / Estado y en el más que oportuno reconocimiento de los habitantes por encima de los territorios.


Hablando de cosas previsibles, cabe recomendar la lectura en este tiempo del primer libro de María Zambrano, Horizonte del liberalismo, publicado en 1930. Fue aquella una época similar a la que nos viene afectando desde 2008, con una crisis internacional severa que arrojaba un inmenso mar de dudas sobre el futuro inmediato. Zambrano advertía en su obra de que la partera de la Historia de Europa no es otra que la tragedia, y podría decirse que los acontecimientos se apresuraron a darle la razón bien pronto para despejar las dudas. Del mismo modo, la malagueña aceptaba las tesis principales del liberalismo (condenado entonces especialmente desde los sectores conservadores y eclesiásticos) a la vez que delataba ciertos peligros implícitos. Señalaba Zambrano que el liberalismo podía desatar algunos monstruos si no asumía como uno de sus principios básicos la igualdad, no sólo identitaria, lingüística y educativa; también, y especialmente, la económica. Y sí: el tiempo volvió a darle igualmente la razón a la filósofa.

Porque hoy día, me temo, no hay otro modo más efectivo de garantizar la igualdad económica que la protección social. Los nuevos tecnócratas defienden el yo liberal, pero el problema seguirá siendo el otro. Aunque piense distinto. Aunque estorbe.

Pablo Bujalance
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