martes, 2 de julio de 2019

Con Tulipán te lo comas ... por Ana Barreales



Los 70 y los 80 fueron unos tiempos muy locos en publicidad, en los que un helicóptero aterrizaba en el patio de un colegio, de él bajaba un hombre con un bigote que parecía salido de Cuéntame y se ponía a untar con tulipán el bocata de los niños. Hoy, viendo las imágenes, lo primero que pensaríamos es que era un pederasta y lo siguiente que quería secuestrarles o intoxicarles por lo menos. Había otro anuncio que empezaba diciendo «Para ir al colegio hay algo tan importante como la cartera... » Justo entonces aparecía un niño que hacía un gesto de contrariedad porque se le habían olvidado los donuts y cuando volvía a por ellos y los probaba lo que se le olvidaba ya era la cartera. Mensaje: las dos cosas eran igual de importantes para ir a clase. Hoy el anuncio hubiera sido trending topic y a la marca les hubieran caído zascas de todos los colores por sugerir a los niños semejante cosa.

Claro que eso era lo que se tomaban al recreo muchos chavales de la época. Otros preferían el tigretón, el bucanero, la pantera rosa o el bony. Para mi desgracia de entonces pertenecía a otro club, el del bocata. No me dejaban comer bollos más que en alguna rara ocasión, y eso que entonces el azúcar sólo era un problema para la caries y de las grasas trans ni se hablaba. Un bocata hecho en casa y algo de fruta, «que sale mejor de precio y alimenta más, en lugar de tantas porquerías». Una visionaria, mi madre.

Hoy los donuts y en general la bollería no se anuncian, quizás porque es un vicio que se disfruta sin pregonarlo. Ahora la publicidad es más del tipo: ¿A qué huelen las nubes?

Además, todo es integral, bio, saludable o, en su defecto, light y libre de azúcar. Pero cada vez hay más niños gordos. Porque ni juegan al escondite, ni al rescate, ni mucho menos se bajan a la calle sin nada en las manos o en los pies que permita hacer cosas o desplazarse sin esfuerzo.

Y casi todos sus entretenimientos son sedentarios, especialmente redes sociales, consolas y videojuegos, a las que ya hay adictos con ocho años. Dicen los expertos que a los niños no hay que dejarles nunca un móvil o una tablet para que se entretengan en los primeros dos años de vida y que luego conviene ir poco a poco.

Los mayores no estamos mucho mejor. Cuando sales de casa te puedes dejar, las llaves, el reloj, la agenda, la cartera, pero sólo hay una cosa por la que te das la vuelta y no son los donuts: el móvil. Y hay otros efectos negativos que quizás no se consideren adicción porque son mucho más sutiles, como las cosas que dejas de hacer entontecido por una pantalla. Por ejemplo: más tiempo dedicado a ver series igual a menos lectura; más tiempo en redes sociales o whatsapp igual a menos ratos pasados con amigos cara a cara... Que habrá más niños enganchados, pero los mayores es que tampoco estamos para dar ejemplo.

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