viernes, 20 de marzo de 2020

Consuelo ... Por Antonio Soler



Apenas hace diez días se hacía sangre con las ausencias o las presencias indeseadas en las manifestaciones feministas


«Humana cosa es tener compasión de los afligidos; y aunque les conviene a todos sentirla, se les exige especialmente a aquellos que en algún tiempo tuvieron menester de consuelo y lo encontraron en los demás...». Así arranca el 'Decamerón', la obra en la que diez jóvenes florentinos se refugian en una villa para pasar la peste que asola su ciudad. Como se ve, los casi siete siglos transcurridos desde la redacción de esas líneas se han evaporado súbitamente. Apenas hace diez días se hacía sangre con las ausencias o las presencias indeseadas en las manifestaciones feministas. Ciudadanos, PP. Todo eso suena a un pasado remoto y a una banalidad absurda. Juegos de niños ricos. Rabietas.


Ahora sí, es el tiempo de la aflicción, del consuelo y la compasión. De la solidaridad y del aprecio -como tanto se repite en estos momentos- de lo verdaderamente importante. Lo planteaba un farmacéutico a su cliente hace un par de días, embozado el primero detrás de su mascarilla, peregrino de farmacias el segundo en busca de alguno de esos antifaces higiénicos: «¿Dónde está el estado de bienestar? ¿El estado de bienestar consistía en tener un reloj al que podías ordenarle que te comunicara en ese instante con alguien que vive en Australia o preguntarle cómo ha quedado el Atleti? ¿O estaba en una sanidad pública robusta, en una comunidad científica sin mermas ni sisas?».

Lo básico, lo elemental. Los abrazos o el papel higénico, el pan, un poco de verdura fresca. Tesoros. Estábamos demasiado mal acostumbrados. Acostumbrados a ver en el telediario las catástrofes, las hambrunas, las plagas de África o de rincones perdidos, incluso exóticos, de Asia o Centroamérica. Lugares que anotábamos mentalmente para tal vez visitar algún día en busca de una aventura controlada, un paseo por la pobreza para luego volver a nuestro parque temático y a nuestras indignaciones de política barata. El baratillo. El baratillo se ha venido abajo. La purpurina despintada y el decorado por los suelos. Lo peor y lo mejor. También se ha repetido en estos días el viejo lema. Las catástrofes que sacan lo uno y lo otro. Reparemos en lo mejor. Reparemos en esa clase médica, en esas enfermeras, residentes, personal de asistencia que se han convertido en la primera línea de choque y que, sin dar un paso atrás, se han crecido y han demostrado que están ahí a pesar de que el teatrillo se ha desmoronado. Que están ahí y que siempre lo han estado. Ellos y todos los que curan y dan consuelo. Sigue el 'Decamerón': «Aunque el dolor haya cesado, no por ello se ha desvanecido el recuerdo de los bienes entonces recibidos». Ojalá, por mera justicia, sea así. Antonio Soler


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