A veces lo que se ve venir es peor que cuando llega. El resto del Gobierno que nos queda está en funciones, pero parece que son siempre fúnebres y nos ha anunciado a todos que, salvo los ladrones más acreditados, vamos a ir a peor. Hay que hacerle caso al ministro de Economía, Luis de Guindos, entre otras cosas porque España es un caso clínico y ha superado en ocho décimas su fiebre del oro, o sea del gasto, que nos marcaba Bruselas. Vamos a tener que hacer números durante los dos años próximos y todos van a ser de circo, pero no hay que ponerse la venda antes de la herida. ¡Arriba los corazones! No se puede estar a la vez preso y asustado.
El pesimismo no es sólo un estado de lucidez que nos hace ver las cosas tal y como son, sino algo anulador que nos impide mejorarlas. Todo es peorable y abril deja de ser el mes más cruel del año sí lo miramos con otros ojos. Su mala fama se debe a un poeta genial, pero ya sabemos que los genios se parecen a las personas vulgares en que en ambos sectores pueden florecer algunas tonterías. ¿Por qué va a ser abril, que entre nosotros es cuando se aparece el dios de la lluvia, el ciclo más penoso? Eso es mentira. Lo que es verdad es que vamos a pasarlo mal en los dos años que vienen, porque el tiempo no va a poder impedirlo. ¡Ánimo! Yo no sé de dónde voy a sacarlo, pero estoy dispuesto a encontrarlo.
Cualquier cosa menos caer en brazos de la tristeza, pero lo mejor es reírse de uno mismo aunque nos tomemos en serio, porque la risa es terapéutica. La tristeza, que no exactamente como la melancolía, empaña nuestras vidrieras interiores. En algunas épocas fue considerada pecado, pero es más bien un delito y una desgracia. Hay que huir de ella “por lo triste que es estar triste”, que dijo don Manuel Machado, que es mi tío carnal honorario. A los niños de la guerra no nos parte un rayo. Hay que rematarnos, aunque seamos los ancianos de ahora. Nos quisimos quedar a ver en qué queda esto y en eso estamos.
Manuel Alcantara
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