EL DIARIO DE UNA MININA: "ALMUERZO CON UNA SILLA".
La vi desde la calle. Estaba sola frente a una mesa vacía. Roja con cuadros blancos, patas negras y respaldo asimétrico – suigéneris total. Entré en el local de esos americanos que tanta aversión nos provoca a los amantes del boquerón frito y sardina atravesada, pedí una de las combinaciones de liquido y sólido, coronándola con un cucurucho de helado, cogí una silla vulgar de la mesa de al lado y me senté frente a la que quise acompañar.
Mientras se derretía el helado (cosa premeditada para cuidar mi herramienta de trabajo – la voz), observaba los cuadros blancos y pasaba la comida del plato al esófago sin percibir los sabores (sospecho que chicken wrap no es del todo comida).
Pensé en mi madre, quien cambiaría un almuerzo por tres cucuruchos de helado, sin derretir, claro.
En mi Gordo con quien tuvimos un rifi-rafi apocalíptico (demasiados cojones para dos personas) pero él sabe arreglar las cosas a su manera: lleva una semana cocinándome un mogollón de cosas ricas: pisto, potajes y no sé qué más para llenarme el congelador de tappers para un mes. Y yo he aprendido a perdonarnos a los dos: haré como si no ha pasado nada – al fin y al cabo, nadie ha sabido cuidarme mejor estos dieciséis años.
En mis amigas de la infancia desperdigadas por el globo, con las que haríamos payasadas varias escandalizando a los presentes y los ausentes, porque si hay algo que tienen las amigas de la infancia, es que al juntarnos viajamos en el tiempo al tiempo tan feliz cuando hacíamos los trajes de papel para nuestras muñecas y nos confesábamos nuestros primeros amores.
En mis maestros y entrenadores, sobre todo los que ya no están, pero quedan sus enseñanzas y sus palabras llenas de motivación.
En mis amigos adquiridos en la madurez, que iluminan mi camino y me dan su apoyo, pero también un “repaso”, cuando me lo he ganado a pulso.
En mi padre, quien viene a visitarme en los sueños, aunque cada vez menos. Tengo miedo de que algún día se me borre su rostro de la retina.
En quien fue mi todo, y que ahora probablemente esté sentado al otro lado del charco frente a una silla roja a cuadros. Tatiana Minina
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