Me acuerdo de la Cosmopolita; me acuerdo de mi padre en la garita reservada a la Policía Municipal en el Ayuntamiento, donde trabajaba en turno de noche, y me acuerdo de que a veces iba a verlo después de hacer botellón en la Plaza de la Merced; me acuerdo de que compré el Ummagumma de Pink Floyd en la tienda de discos Ruiz Cueto, en la calle Larios; me acuerdo de que compré el Discovery de Mike Oldfield en Electro Radio; me acuerdo de cuando en Pat Discos lanzaron una oferta con cintas de cassette a veinte duros;
me acuerdo de la taberna La Raya en la Avenida de la Rosaleda, donde había un cartel de Se prohíbe el cante; me acuerdo de cuando iba a merendar con mis tías al bar el Diamante, que todavía sigue abierto en Pozos Dulces; me acuerdo de cuando venían los heroinómanos a pincharse a un local abandonado que había al lado de mi casa, en la calle Monseñor Óscar Romero, donde nos metíamos a jugar los niños del barrio; me acuerdo del paso subterráneo de la Avenida de Andalucía; me acuerdo de la primera vez que entré a un videoclub, en Carranque; me acuerdo del gimnasio Shogun en Horacio Lengo; me acuerdo del América Multicines; me acuerdo del Cine París en la Cruz de Humilladero; me acuerdo de cuando convirtieron el Cine París en un bingo; me acuerdo de ir a ver Piratas de Roman Polanski al Cine Aleixandre, en Armengual de la Mota; me acuerdo de cuando vi En busca del Arca Perdida en el Cine Echegaray; me acuerdo de los pescadores en la Farola; me acuerdo de las funciones de teatro en el Eduardo Ocón; me acuerdo de los biberones de vino de Casa Luna, en la calle Granada; me acuerdo de la portería que había justo al lado de Casa Luna, donde vivió mi madre; me acuerdo del Armenia, al lado de la calle Alcazabilla; me acuerdo del Pepeleshe;
me acuerdo de la Casa de la Cultura, donde iba a buscar libros para los trabajos del colegio; me acuerdo del bibliotecario, que siempre nos mandaba callar; me acuerdo de la biblioteca de la Diputación en la Plaza de la Marina; me acuerdo de la bibliotecaria que me desaconsejó la lectura de La insoportable levedad del ser de Milan Kundera; me acuerdo de cuando vino el circo de Los Payasos de la Tele y me subí a un toro mecánico; me acuerdo de La Fura dels Baus en el Centro de Exposiciones Sur; me acuerdo del concierto de Paul Simon en La Rosaleda; me acuerdo del concierto de Radio Futura en la Plaza de Toros; me acuerdo de un bar en la Plaza de San Francisco donde escuché por primera vez a Lou Reed; me acuerdo de Miguel Gila en el Auditorio de la Feria; me acuerdo de la librería Nueva Ibérica, en la calle Nueva; me acuerdo del muro de la calle Plaza de Toros Vieja; me acuerdo de los patos del Parque; me acuerdo de Al Sur en la calle Mariblanca; me acuerdo de cuando di un concierto con mi grupo en la Plaza de los Mártires y sonaron las campanas de la iglesia;
me acuerdo del tráfico en la calle Larios; me acuerdo del tráfico en la calle Alcazabilla; me acuerdo de la Subdelegación del Gobierno en la Aduana; me acuerdo de Rockberto en el Muro de San Julián; me acuerdo del Hospital Noble; me acuerdo de los primeros gofres de la Alameda; me acuerdo de ir a devolver los envases de vidrio al Super-Málaga; me acuerdo de El Puff en la calle Santa María; me acuerdo de la Casa Vasca en Gálvez Ginachero; me acuerdo del polvero de la Avenida de la Aurora; me acuerdo de El Fuerte; me acuerdo de la antigua estación de tren y de su aparcamiento; me acuerdo de una lectura poética de José Hierro en la Plaza de la Marina; me acuerdo de cuando el Ateneo estaba en la Plaza del Obispo; me acuerdo de los asientos de madera de los autobuses; me acuerdo de los bonobuses de cartón; me acuerdo del urinario de la Plaza de la Merced; me acuerdo de los gatos del Teatro Romano; me acuerdo de ir a comprar el periódico a mi padre al quiosco de Manolo.
Pablo Bujalance
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