ES significativo, muy significativo, que en apenas una semana los dos ex presidentes socialistas de la democracia hayan instado al actual secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, a que flexibilice su negativa rotunda a la formación de un Gobierno del PP y evite unas terceras elecciones generales. Si el pasado domingo fue Felipe González el que, una vez más, dejó bien clara su opinión de que es necesario el pacto, ayer le tocó su turno a José Luis Rodríguez Zapatero, quien mostró la "inconveniencia" de que se celebren unos nuevos comicios y abogó por la necesidad de abrir "un diálogo interno" en el Partido Socialista. A esto hay que sumar las voces de numerosos barones y personas de peso del socialismo español e, incluso, de parte del entorno mediático cercano al centroizquierda. La presión es cada vez mayor, casi insostenible, y Pedro Sánchez debe comprender de una vez por todas que la única opción sensata que tiene es facilitar un Gobierno de Rajoy en las condiciones más ventajosas posibles para los intereses de su partido y su electorado.
Pero la presión no le viene a Sánchez sólo del interior. Tras su encuentro del martes con Rajoy, todos los analistas coincidían en que el fantasma de las elecciones volvía a sobrevolar el país. Sin embargo, esta percepción cambió radicalmente en apenas veinticuatro horas, cuando tras la reunión entre Mariano Rajoy y el líder de Ciudadanos, Albert Rivera, se dejó entrever que se estaba fraguando un pacto entre los dos partidos, al menos en la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado de 2017 y el techo de gasto, así como en la creación de una coalición constitucionalista para hacer frente al desafío independentista de los nacionalistas catalanes. Si dicho acercamiento se traduce, finalmente, en un sí de Ciudadanos a la investidura de Rajoy como presidente de la nación, la presión será prácticamente insostenible para el PSOE, ya que el no facilitar de algún modo la formación de un nuevo Gobierno supondría cargar en solitario con la responsabilidad de unas nuevas elecciones, algo que probablemente le reprocharía el electorado.
Sánchez debe comprender de una vez por todas que ha perdido las elecciones, pero que el PSOE sigue siendo la principal fuerza de la oposición. Es el momento de dejar gobernar a otros e intentar fortalecer a un Partido Socialista que ha sufrido daños importantes tras las aparición de Podemos. Tanto él como su partido pueden pagar muy caro su obstinado veto al PP.
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