En el Ayuntamiento ya han hecho las cuentas y dicen que la Feria ha tenido un impacto para los malagueños de 55 millones de euros, aunque acabo de comprobar mi cuenta corriente y sigue intacta, incluso con menos que antes. El caso es que los empresarios celebran un aumento de la facturación del 8%: cuando la Feria termina los hosteleros empiezan a bailar. Sin embargo, en el centro sigue sin comerse demasiado bien, y a partir de las 18 reina el caos y las aglomeraciones de adolescentes borrachos que no saben qué hacer ni dónde ir. El Ayuntamiento hizo muy bien en clausurar durante 24 horas el Mercado de la Merced, dando a entender a los empresarios que no todo está permitido.
Por otro lado, en el real se ha potenciado la cuestión gastronómica. Algunos restaurantes buenos de la ciudad han abierto una sucursal allí y todo estaba tan rico que parecía que no estábamos en la Feria. El ambiente diurno era tranquilo tirando a aburrido y la única distracción la daba la afición ecuestre. El problema ya no son los pobres caballos, sino su aparato excretor y lo que esparcen sobre el asfalto. Por más que hayan echado ambientador de biznaga aquello seguía oliendo inconfundiblemente a lo que era. Y bien que lo pisamos, porque allí las distancias son enormes. Hay gente que ha hecho el Camino de Santiago dando menos pasos de los que se dan en el real en una sola noche.
Respecto a los escándalos, hemos superado la época en la que una Feria buena era aquella en la que no mataban a nadie. Más allá de los típicos navajazos y una asombrosa acusación de racismo, no ha habido grandes altercados. La campaña antiviolaciones 'No es no', aunque se haya confundido con un anuncio de una escuela de idiomas, ha resultado ser un éxito porque este año el número de violaciones se ha mantenido estable, es decir, cero.
También celebramos que haya sido un buen año para la música; se ha vivido una pequeña evolución en la forma, pero la próxima revolución de la Feria debe estar en los contenidos. No decimos que el pregón lo tenga que dar Madonna, pero una programación musical un poco más ambiciosa ayudaría a dulcificar todo esto. Quizá no sea difícil encontrar patrocinadores, pero tampoco es una cuestión de dinero: a saber lo que puedes traer por lo que cuestan los artistas chonis que suelen actuar. Moralmente no podemos permitirnos que la banda sonora de la Feria siga siendo reggaetón y Paquito el Chocolatero. La repetición de grupos en el centro y la adecuación del escenario de la juventud en un tristísimo aparcamiento engrandece la sensación de que la música no está ahí para quitarle el protagonismo al alcohol, sino para acompañar el ciego. Por la noche había una cantidad de botellas de vidrio en el suelo que rozaba la peligrosidad, pero es que tampoco había contenedores. Ya que el botellón es inevitable, intentemos poner medios para que sea un botellón limpio, aunque parezca una entelequia.
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