Están desatados. Son la derecha cavernícola de siempre, que vuelven a sentirse vencedores, una vez más, con el añadido del apoyo democrático que gozan por parte de una nutrida parte de los que se pronuncian electoralmente. ¡Con la que ha caído! (robos, mentiras, decisiones antisociales, retrocesos en todas las direcciones, mayor represión, etc.). Y a la pregunta de “¿Qué fue de los cantautores?” que respondía líricamente Pastor, se revolvieron escandalizados y gritaron “¡Fuera!”
Un especial grupo de artistas se reunían en torno a la figura del granadino Carlos Cano en la explanada que mira al mar bajo el castillo de Fuengirola, bajo una luna redonda, donde algunos veían un conejo y otras una bailarina. Kiko Veneno, Martirio, Estrella Morente, Raúl Alcover, Pedro y Luis Pastor con Lourdes Guerra, Javier Ojeda, Amparo Sánchez, Antílopez… Una noche que se prometía feliz, donde sobrevolaba el sentido humano y político que Carlos dio a su vida, además de su trabajo artístico, el cariño que como una densa estela ha dejado en el corazón de su gente, sobre todo andaluza, pero también de otras latitudes de la geografía española.
Ese compromiso social que Carlos Cano enarboló durante su trayecto vital, tan tempranamente truncado, justo cuando comenzó el presente siglo, hace dieciséis años, se dibujó en el escenario desde el principio, cuando Pedro Pastor inauguró las intervenciones con un rap que explicaba la herencia recibida, lo bueno y lo malo, y lo que, de ello, tenía que desaprender, que hasta lo bueno no lo seria hasta que no pasara por el filtro de su personalidad crítica, y tierna. Y es que se nos hablaba en serio mientras se nos cantaba, porque así son también los cantautores, y así era Carlos Cano, que estallaba de humanidad cada vez que opinaba, con esa vitalidad entregada a la causa de los suyos.
Salieron otras voces, unas más formales, y otras habiendo elegido más el contenido. Saldrían luego muchas más. Pero apareció Luis Pastor. Pastor habló de aquel tiempo en el que compartió escenario con Carlos Cano, de sus compromisos similares, de sus fuentes artísticas compartidas, e interpretó un tema con poso de José Afonso, que a ambos les había enseñado tanto. En la parte propia había decidido recitar su valiente y precioso poema dedicado a los que han sido y son como él: “¿Qué fue de los cantautores?”
Ahí Luis Pastor se suelta la melena y cuenta, con maneras bellas, de dónde vinieron los cantautores, por qué tuvieron la necesidad colectiva e individual de ser, de existir, de aquella España negra, cruel, fascista. De cómo fueron evolucionando. Y de este hoy de mierda que los ha silenciado, en relación a aquel ayer engañoso, de frustrada esperanza. Era su voz, su opinión, su pensamiento, su manera de entender algunas cosas. Tan respetable, al menos, como otras.
Ya había advertido el extremeño vallecano que pedía respeto porque lo que iba a recitar tal vez no gustase a todos, pero que estaba en la línea de lo que hubiera sentido Carlos Cano de haber vivido.
Pues no hubo el menor respeto, comenzaron voces airadas de protesta hasta armar un tumulto que obligó al artista a interrumpir su poema narrativo y explicativo, con gritos de que se fuera, entre aplausos y bravos solidarios. Apenas se le escuchó, entero, pero se mantuvo firme, ya con tintes mitineros de respuesta a la protesta (al parecer capitaneada por concejales del PP de la localidad). Al final la mayoría puesta en pie mandando bravos al escenario. Entre medias, discusiones airadas de unos con otros, ellos llamando roja de mierda a una mujer valiente que les intentaba pedir, de nuevo, el respeto tan necesario para la convivencia. Tan sólo un respeto que ellos no saben lo que es.
Recordé, automáticamente, que esta primavera, en el teatro de la Zarzuela, también armaron bronca en una de las representaciones de “¡Cómo está Madriz!”, que Miguel del Arco había estrenado el 20 de mayo; un musical con Paco León que fusionaba dos zarzuelas y que hacía crítica social y política muy relacionada con la actualidad española, incluyendo, por ejemplo, la jota de Los Ratas a la vez que se proyectaban fotografías de Luis Bárcenas o Miguel Bernad. Aquella noche, unos 50 energúmenos de los mil espectadores que llenaban diariamente la sala, reventaron la función, llegando a interrumpirla con sus gritos, curiosamente el día en que una de las espectadoras era Manuela Carmena, la alcaldesa de la ciudad.
Esa falta de respeto yo la percibo en hechos como el sucedido en mi pueblo, en Collado Mediano, donde al equipo de gobierno del PP se le ocurrió poner en la rotonda de entrada una grandotota y señorial bandera española, al parecer para marcar la localidad como territorio nacional. Porque aunque esa bandera sea la española se sabe perfectamente que muchos la tenemos como ilegítima porque fue la impuesta por el dictador y golpista Franco frente a la que caracterizaba la República Española, y ellos la colocaron donde no es necesaria, donde sólo es un exabrupto, un gesto partidista, que representa un signo de violencia frente a una parte de la población.
Violencia al fin. Este tiempo, por el desbarajuste político, por el desequilibrio entre lo que debería pasar y lo que está pasando, se está crispando y subrayando la eterna existencia de las dos Españas. Y partiendo de esa realidad, los más recalcitrantes, los más derechosos, los más nostálgicos del franquismo, los más extremistas del conservadurismo, vuelven a ser activos vencedores, convirtiéndonos a los demás en vencidos que merecen todo su desprecio y su apartamiento.
Sí, ellos lo tienen todo de su parte. Han comprendido que en este país lo corruptos pueden gobernar con plena impunidad, y los mentirosos, y que también, con autorización democrática, pueden violar derechos sociales, sindicales y laborales sin que pase nada. Por eso, tal vez, de la alienación que sufre la mayor parte de la población merced a los grandes medios de comunicación. Por eso muchos se están quitando la careta y dejan de tener un mínimo de respeto al contrario, no sólo contentos por la copla exclusivamente insustancial, sino con su fiesta brava, con sus maneras de señoritos andaluces, sino animados por el triunfo de lo chabacano, de lo mercenario y de lo mafioso.
Las dos Españas están a flor de piel. Y asusta, porque una está en pie de guerra, envalentonada, porque cree que puede. Otra, estupefacta, porque no termina de creerse lo que pasa. Mientras por ahí se pasean a cuerpo los Pastor, decididos a seguir siendo quienes son, pese a los peleles que en la sociedad haya.
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