sábado, 10 de septiembre de 2016

A Salto de Mata : Shwira

Shwira vivía cerca de la frontera con Camerún. Una madrugada de invierno, hombres embozados, y con un kalashnikov al hombro, asaltaron su poblado, raptándola junto a otras catorce niñas. Un padre y cinco madres que se resistieron, fueron ejecutados por no obedecer dócilmente los designios de Alá Todopoderoso.

Durante dos años, en algún rincón de la selva que no sale en Google Maps, soportó violaciones, palizas y castigos del hijo de puta al que fue asignada: un muyahidín que triplicaba su edad, feo y viscoso, que olía a macho cabrío. O a cerdo.

A los diez meses parió -sola- una niña.

Y otra madrugada de invierno, introdujo, a modo de chupete, una ramita de baobab en la boca de la criatura, la cargó en una talega a su espalda, y echó a correr.

Guiada por el instinto y el pánico cruzó sabanas y dunas, salvó quebradas y ríos, atravesó territorios inhóspitos y desconocidos, hasta que, forzando los límites de lo imposible, llegó a un campamento del Ejército Regular de Nigeria.

Hoy cura sus heridas -la pierna rota es lo de menos- en un hospital de Médicos sin Fronteras a las afueras de Abuya.

Saber escribir no te convierte en escritor y hacer fotos no te convierte en fotógrafo, pero Judith Prat logra captar en esta instantánea una mirada ya sin lágrimas, un alma sosegada… la entereza que da saberse a salvo.

Su hijita se llama Lero (Esperanza, en lengua yoruba)

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